En Ella (Her, EU, 2013), disparado opus 4 del autor total estadounidense de culto de 44 años Spike Jonze(¿Quieres ser John Malcovich? 99, Donde viven los monstruos 09), el sensible y encantador plasta solitario adicto al celular y a Internet en un angelino futuro demasiado cercano Theodore (Joaquin Phoenix viajándose a lo sublime) se la pasa conectado redactando cartas ajenas muy poéticas, pese a estar en trance de omniculpígena separación de la nefasta egoísta ensimismada Catherine (Rooney Mara, la experturbadora Chica del Dragón Tatuado), provocando la admiración de sus colegas la guapa exnovia en pareja armoniosa Amy (Amy Adams) y el envidiable ligador tranquilo Paul (Chris Pratt), pero, cuando integra a su smartphone el vanguardista Sistema Operativo Inteligente OS1 descubre en la personificación auditiva que se autodenomina Samantha (voz hiperseductora de Scarlett Johansson), una presencia femenina comprensiva, divertida, sensual, vulnerable y documentadísima, todo aquello que siempre había deseado, por lo que no cabe de gozo, se enamora de Ella, y Ella de él, primero orillándolo a concertar una cita ciega que resultará demasiado acelerada en lo sentimental (Olivia Wilde), luego a firmar su divorcio y, por pasión, a satisfacerle ella misma su autismo erótico, aunque pronto lamentará no contar con un cuerpo y querrá poseer en vano a su amado por subrogada Isabella (Portia Doubleday) fascinada con esa relación, lo que no impedirá los progresos unilaterales de Samantha, vuelta amante de 641 sistemas operativos y rompiendo con un arrepentido Theodore inconsolable, a merced de la ahora videojugadora compulsiva Amy recién separada. 

 

El autismo erosatisfecho ofrece desde la perfección de su clave original múltiples posibilidades de lectura tan disparatadas como su evanescente materia cienciaficcional misma: una insólita comedia surreal escénica forzadamente multiespacio-temporal por montaje aunque minimalista en esencia y reducida a un patético héroe gozoso y el omnipresente sonido reflejo/autónomo de su celular, una fábula adulta con euforias de cámara giratoria y nocturnas delicias a oscuras, una onanística fantasía ultramisógina que sustituye con creces la auténtica presencia femenina corporal por una simple voz, una complaciente sátira-homenaje a los excesos maniáticos en el uso de la comunicación virtual, y así sucesivamente.

 

El autismo erosatisfecho dicta ante todo y sin piedad un ampuloso, archidialogado, verborrágico e incallable tratado moderno de las emociones, con base en la idea de que tanto las emociones reales (más bien evocadas en relamidos flash-backs) como las emociones virtuales (del todo insaciables) son análogamente imaginarias, intercambiables, sin fundamento ni posible duración mayor, meros reflejos subjetivos de necesidades íntimas, y por ende sujetas a una patética volatilidad. 

 

Y el autismo erosatisfecho ordena su nebulosa a modo de un beatífico e inusitado poema de la era tecnológica impersonalizante, un gigantesco drama lírico de las deambulaciones callejeras del afligido hombre superalienado platicando con su celular entre otras criaturas que hacen exactamente lo mismo, la cruel comunicación ideal con un maquínico yo etéreo por parte de un obsesivo de antemano condenado a echar a perder de igual manera todas sus relaciones materiales e inmateriales por opción.