Category: RECOMENDACIONES LITERARIAS


El primer capitulo de mi cuento El Rostro En el Armario

ISBN: 9786074986440

Capítulo 1: El rostro a sus espaldas

En las próximas semanas se anuncia el Premio Nobel de Literatura 2013, y creo que es hora de que se lo concedan a Stephen King.

La mayoría de esnobs que desprecian a Stephen King no lo conocen. Lo detestan porque no lo han leído, y no lo han leído porque lo detestan. Si le echaran un vistazo, sin embargo, descubrirían a un narrador de historias excepcional. King no es un mercachifle que se saca de la manga fenómenos sobrenaturales para espantar a adolescentes con acné, sino un explorador de los miedos más arraigados en el espíritu humano.

De hecho, su manejo de la psicología es mucho más sofisticado que el de H. P. Lovecraft. Las novelas de Lovecraft sí que rebosan gusanos repulsivos y monstruos babeantes. Estos espectros cósmicos interactúan con personajes que, más allá de temblar de pánico, carecen de emociones. Los temas humanos como el sexo o el dinero ni siquiera se mencionan en sus libros. Sorprendentemente, a pesar de ello, Lovecraft goza de un gran prestigio intelectual, igual que Edgar Allan Poe. Supongo que es normal: a todos nos quieren más cuando ya nos hemos muerto.

Pero mientras esté vivo Stephen King habría que reconocerle ciertos méritos. Uno de ellos es su capacidad para expresar los temores que todos llevamos dentro. Cualquiera que haya sido adolescente siente en carne propia la escena en que a Carrie le llega su primera regla, y su miedo a sus crueles compañeras del colegio. Cualquiera que lea Insomnia encontrará en ella su propio terror a la vejez, a la pérdida de facultades cuya única certeza es la proximidad de la muerte. Y cualquiera que se haya sentido solo se reconocerá en El resplandor, una gran novela americana donde las haya.

Por si alguien lo duda, King no es un autor interesado sólo en rellenar la fórmula de la novela fantástica. Puede escribir thrillers tan realistas como Misery. O correr riesgos con novelas sin género, como Stand by me o Dolores Claiborne, que sólo asustaron a muerte a sus editores. Incluso ha escrito ensayos sobre narrativa, entre ellos, Mientras escribo o Danza macabra. Además de esos textos, novelas como Un saco de huesos atestiguan la agudeza y profundidad de su pensamiento sobre la literatura, y sobre los fantasmas interiores del escritor.

Algún informado me responderá que el Premio Nobel no se recibe por tener muchos lectores. Pero tampoco dice en ninguna parte que deban ser pocos. Autores de gran éxito comercial como Gabriel García Márquez o Hemingway han sido galardonados en Suecia sin que nadie se rasgue las vestiduras. De hecho, quienes piensan que un autor bueno es un autor elitista deberían empezar por tachar de su lista a Cervantes, cuyo Quijote vendió tanto que hasta tuvo una secuela, igual que una película de Schwarzenegger.

Otros lectores, socialmente sensibles, argumentarán que el Premio Nobel no sólo re­­conoce la calidad literaria de un autor, sino su compromiso con una sociedad, su ambición por contar un país, como Saramago hizo con Portugal o Mario Vargas Llosa con Perú. Estoy totalmente de acuer­­do. Precisamente, creo que eso es lo que ha hecho Stephen King con el país más poderoso del mundo: Estados Unidos de América.

El concepto fundamental de la cultura americana es el terror. Decenas de miles de personas mueren cada año por arma de fuego, pero la población se niega a controlar las armas, porque temen se quede con la suya justo el psicópata de su vecindario. El gasto militar de Estados Unidos es el mayor del mundo, y supera al de los siguientes diez países de la lista sumados. Los citados Lovecraft y Poe eran americanos, como los grandes cineastas de terror de todo el siglo XX (Hitchcock no cuenta, lo suyo es suspense). Los norteamericanos temieron primero a los comunistas; luego, a los narcotraficantes, y ahora, a los musulmanes, y en cada etapa invadieron distintos países y rodaron distintas películas al respecto. Es el país más religioso de Occidente, es decir, el que más teme a la muerte. La política, la vida y el entretenimiento están teñidos de pánico, empapados en miedo ¿Y quién es el gran escritor del miedo? Les daré una pista: no es Jonathan Franzen.

Bajo cualquier concepto, King, ese príncipe de la oscuridad, se merece el premio más prestigioso del mundo. Aunque, por supuesto, nadie se lo reconocerá. Los prejuicios de la alta cultura contra la popular son demasiado fuertes.

Afortunadamente, da lo mismo. Lo que más ansían los escritores del Nobel es alcanzar la inmortalidad. Y justo para derrotar a la muerte, Stephen King tiene aliados más poderosos que cualquier académico.

Santiago Roncagliolo
El País, 22 de septiembre de 2013

Decálogo más uno, para escritores principiantes.

 

 

I. No busquen ser originales. El ser distinto es inevitable cuando uno no se preocupa de serlo.

 

 

II. No intenten deslumbrar al burgués. Ya no resulta. Éste sólo se asusta cuando le amenazan el bolsillo.

 

 

III. No traten de complicar al lector, ni buscar ni reclamar su ayuda.

 

 

IV. No escriban jamás pensando en la crítica, en los amigos o parientes, en la dulce novia o esposa. Ni siquiera en el lector hipotético.

 

 

V. No sacrifiquen la sinceridad literaria a nada. Ni a la política ni al triunfo. Escriban siempre para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar.

 

 

VI. No sigan modas, abjuren del maestro sagrado antes del tercer canto del gallo.

 

 

VII. No se limiten a leer los libros ya consagrados. Proust y Joyce fueron despreciados cuando asomaron la nariz, hoy son genios.

 

 

VIII. No olviden la frase, justamente famosa: 2 más dos son cuatro; pero ¿y si fueran 5?

 

 

IX. No desdeñen temas con extraña narrativa, cualquiera sea su origen. Roben si es necesario.

 

 

X. Mientan siempre.

 

 

XI. No olviden que Hemingway escribió: «Incluso di lecturas de los trozos ya listos de mi novela, que viene a ser lo más bajo en que un escritor puede caer.»

Resulta ya un lugar común reivindicar la modernidad del Quijote, aunque a menudo el término modernidad signifique en la pluma de muchos meramente «actualidad»: el repertorio de personajes, de situaciones y de problemas que el libro contiene sería válido en todo tiempo y lugar. Esta influencia pasiva petrifica a la vez al libro y a sus lectores. Si su problemática es «eterna», si el mito del Quijote condensa e irradia a través de los siglos y de las culturas un sentido transparente y siempre idéntico a sí mismo, resulta superfluo e incluso anacrónico exaltar su modernidad; en la esfera del mito, el tiempo no existe.

 

 

La modernidad de un texto se evidencia cuando, mucho tiempo después de su aparición, lectores sucesivos van descubriendo en él aspectos que justamente la omnipresencia estilizada del mito contribuía más a relegar en una discreta penumbra que a exhibir en un primer plano. La modernidad de un texto literario va desentrañándose de a poco, desenvolviéndose con parsimonia a lo largo de los siglos, en los que renovadas generaciones de lectores, cotejando el texto con su propia experiencia, lo descubren afín a ella. No lo leen como un mensaje misterioso llegado desde el fondo de los tiempos, sino como una letra viva y presente, en la que se proyectan sin esfuerzo, con una deliciosa familiaridad que se distingue de todo exotismo.

 

 

La eterna actualidad es, en cierto sentido, la razón de ser primera del mito. En cambio, pasada la exaltación del primer encuentro, la selva enmarañada del texto exige de quien se interna en ella una exploración más cuidadosa, una segunda reflexión que instituye su modernidad. Esa segunda reflexión, o lectura si se prefiere, termina por cambiar el texto original, el que escribió Cervantes en este caso a principios del siglo XVII, transformando su supuesta inmutabilidad mítica en una fuente inagotable de sugerencias que han inspirado mil caminos fecundos para el arte narrativo que, en 1605, el Quijote inaugura (plasmando desde luego varias líneas narrativas ya existentes en la literatura española, o de otros idiomas). Los que, un poco ingenuamente, se presentan cada año con presuntas revelaciones sobre el libro o sobre el autor, muchas de las cuales ya habían sido refutadas el año anterior, parecen ignorar que la novedad de un relato no reside en la historia que cuenta, ni en los elementos autobiográficos que fatalmente incorpora, sino en las estructuras narrativas mismas, que son las que aprehenden, y no los discursos o las declaraciones, el universo a partir del cual (y sobre el cual) el narrador escribe. Desbrozando poco a poco la complejidad narrativa del Quijote, sobre todo a partir del siglo XVIII, la historia del relato occidental ha ido estableciendo la modernidad sucesiva, podría decirse, de Cervantes.

 

 

En esa historia, son sobre todo los grandes renovadores los que la reivindican. En el siglo XVIII, por ejemplo, momento fecundo de la narrativa inglesa, dos narradores tan opuestos como Fielding y Sterne; para el primero es el modelo épico-cómico convencional lo que predomina, pero, en el caso de Sterne, es posible afirmar que, en la evolución de la narrativa europea Tristram Shandy es un jalón a partir del cual todas las pautas del relato han sido modificadas. La intriga perpetuamente diferida en el libro de Sterne proviene de las dilaciones constantes del Quijote entre aventura y aventura, y el tema mismo del libro, el nacimiento del héroe, pero la noche anterior a su advenimiento, asestan el golpe de gracia a la epopeya, moribunda justamente a causa del vapuleo escrupuloso administrado sin contemplaciones por el propio Cervantes.

 

 

A mediados del siglo XIX, dos

 

 

estrictos contemporáneos, que escribieron al mismo tiempo, marcaron durante décadas la novela e incluso el pensamiento europeos: Flaubert y Dostoievski (dicho sea entre paréntesis, los dos tuvieron una influencia decisiva sobre Kafka, pero también sobre Thomas Mann, sobre Conrad, sobre Faulkner, y Flaubert particularmente, sobre Proust y Joyce; podría rastrearse en esa filiación la influencia del Quijote hasta mediados del siglo XX). Por extraño que parezca, dos concepciones tan opuestas del relato reivindican a la vez la influencia de Cervantes. Ciertos personajes dostoievskianos son de filiación quijotesca, como el príncipe Mishkin o Aliocha Karamasov (entre varios otros), y la ardiente noche sevillana en la leyenda del Gran Inquisidor despierta inmediatamente ecos cervantinos. De Flaubert podemos decir que escribió en cierta manera la tercera parte del Quijote: Bouvard y Pécuchet. Los dos copistas, físicamente contrastados como don Quijote y Sancho, deciden poner a prueba todo el saber humano, científico, técnico y filosófico, de la misma manera y con los mismos resultados que sus predecesores manchegos lo habían hecho con la hormigueante humanidad que cruzaban en ventas, en castillos, en montes o en caminos.

 

 

La influencia de Flaubert y de Dostoievski en la cultura europea en el último tercio del siglo XIX y el primero del XX es inmensa. En Kafka, por ejemplo, aunque se la conozca algunas décadas más tarde, sólo es comparable a la de Cervantes. Marthe Robert establece un paralelo convincente entre El castillo y Don Quijote. Pero, aparte de esa comparación sistemática, en los diarios de Kafka y en muchos de sus textos breves, la presencia explícita o implícita del Quijote es constante. Varios de los breves apólogos de La muralla china aluden a él, y aun cuando la glosa no es directa, como en La partida por ejemplo, sentimos de inmediato la intensa afinidad. La réplica que concluye el texto: Mi meta es salir de aquí, le va como un guante a Alonso Quijano, que está todo el tiempo dispuesto a lanzarse compulsivamente por los caminos, incluso después de haber padecido las peores adversidades.

 

 

Aunque para Joyce el héroe ideal es Ulises, cuando ante un interlocutor que tuvo la astucia de anotarlo, exaltó su superioridad ante otras figuras literarias, Hamlet y el Quijote aparecen en primer lugar, y sólo después cita a Fausto, Don Juan o Dante. Es de hacer notar que, en esa lista, únicamente don Quijote es un personaje estrictamente literario, la creación personal de un individuo, y no una figura mítica forjada por la imaginación popular a lo largo de los siglos. Pero es junto a esas figuras que Joyce lo coloca, como si don Quijote hubiese surgido, no de la pluma de un escritor, sino como Ulises, o Fausto o Hamlet, del fondo de la imaginación colectiva.

 

 

Los escritores de la generación perdida, Hemingway, Dos Passos, Caldwell, Steinbeck, admiraban por cierto a Cervantes, pero el más genial, William Faulkner, declaró una vez: «Leo el Quijote todos los años, como otros leen la Biblia. En cada uno de sus libros hay un Quijote; Byron Bunch en Luz de agosto, Horace Benbow en Santuario,el periodista flaquísimo de Pylon, que se asemeja al héroe de Cervantes incluso físicamente, Gavin Stevens en Intruso en el polvo, y así sucesivamente. Podríamos decir que la obra entera de Faulkner es una larga y fulgurante meditación sobre el tema cervantino del ideal y de su desastrosa puesta a prueba por la realidad.

 

 

Es posible entonces afirmarlo

 

 

sin vacilar: a partir del siglo XVIII, en cada uno de los momentos renovadores e incluso artísticamente revolucionarios de la narrativa occidental, el Quijote fue redescubierto y releído. Tal es la prueba irrefutable de su modernidad, viviente y fecunda. Más que un icono o un talismán, el Quijote ha sido para esos grandes artistas un instrumento, en el sentido musical del término; pulsándolo con inteligencia y rigor, supieron encontrar en las infinitas cuerdas del texto los sonidos secretos que estaban esperando el momento adecuado para desplegarse. ElQuijote no solamente inaugura una nueva materia narrativa, que siguen amasando sin cesar los narradores que lo sucedieron, sino también una serie de temas, que si bien no eran todos novedosos en el momento en que Cervantes los utilizó, sí lo eran para la forma narrativa en prosa: la progresión difícil del héroe, por ejemplo, que encuentra su plena expresión en la obra de Kafka, o la descripción de situaciones realistas que son transformadas por la imaginación del héroe en escenas fantásticas, como el capítulo de los molinos de viento, y prácticamente de cada una de las aventuras de don Quijote. Por primera vez, es la realidad inmediata el objetivo del relato, y no el mundo ideal lo que interesa al narrador.

 

 

Pero la gran conquista para la modernidad que aporta el Quijote, es la moral del fracaso. Alonso Quijano es el primero en la estirpe de los héroes novelescos que, sabiéndose condenados a la derrota, salen no obstante a medirse con el mundo. Esa mentalidad antiépica es el rasgo común a todos los personajes que cuentan en la novela moderna, desde Werther y Julián Sorel, pasando por Raskolnikov, Bouvard y Pécuchet, Lord Jim, Joe Chritsmas, Brausen, Philip Marlowe, etcétera. Tan profunda es la huella que en ese sentido ha dejado el Quijote en nuestros siglos atormentados, que, salvo dos o tres casos especiales, toda excepción a las reglas de esa moral sonará siempre como un error de estilo o una vana superchería.

Con este cuento participo en el XVI Concurso de álbum ilustrado A la Orilla del Viento, organizado por el Fondo de Cultura Económica (FCE).

 

 

que nos quedamos los que nos quedamos

 

 

Registro INDAUTOR en trámite.

 

Con este cuento participo en el XVI Concurso de álbum ilustrado A la Orilla del Viento, organizado por el Fondo de Cultura Económica (FCE).

 

hay quienes tenemos un tomas

 

 

Registro INDAUTOR en trámite.

Con este cuento participo en el Concurso de cuento infantil SOMOS IGUALES, organizado por la Editorial Porrúa y el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED)

 

pupilentes, sanguijuelas y espejos

 

Registro INDAUTOR en trámite.

Comienzo y recomienzo.

Y no avanzo.

 

Cuando llego a las letras fatales,  la pluma retrocede: una prohibición implacable me cierra el paso.

 

Ayer, investido de plenos poderes, escribía con fluidez, sobre cualquier hoja disponible: un trozo de cielo, un muro (impávido ante el sol y mis ojos), un prado, otro cuerpo. Todo me servía: la escritura del viento, la de los pájaros, el agua, la piedra. ¡Adolescencia, tierra arada por una idea fija, cuerpo tatuado de imágenes, cicatrices resplandecientes! El otoño pastoreaba grandes ríos, acumulaba esplendores en los picos, esculpía plenitudes en el Valle de México, frases inmortales grabadas por la luz  en puros bloques de asombro.

 

Hoy lucho a solas con una palabra.

 

La que me pertenece, a la que pertenezco: ¿cara o cruz, águila o sol?

 

 

Daniil Ivanovich Yuvachev alias Daniil Kharms (o Harms o Jarms o Charms) nació en diciembre de 1905, en Rusia.

 

Fue uno de los fundadores del grupo de vanguardia OBERIU, que también integraba Alexandr Vedensky, y en su obra, en la que abundan los textos breves, mezcló futurismo con absurdo. Tanto Kharms como Vedensky fueron vistos en su tiempo como “subversivos literarios”.

 

Kharms sobrevivía escribiendo libros para niños en Leningrado, si bien destaca por su obra poética y las historias cortas. Estas historias narran escenas de la pobreza y la opresión a través de símbolos fantásticos y satíricos, y ello produce la construcción de un mundo imprevisible y desordenado; los personajes repiten las mismas acciones muchas veces o se comportan de una manera irracional, las historias lineales se interrumpen repentinamente por las circunstancias más diversas, absurdas e inexplicables…

 

 

Kharms no fue demasiado valorado durante su vida, ya que fue declarado enemigo del Soviet, y enviado por ello a la prisión de Kursk en 1931. En 1937, las autoridades confiscaron sus libros infantiles, privándolo de su principal fuente de subsistencia. Kharms continuó escribiendo historias breves muy grotescas que no pudieron ser publicadas hasta el fin del régimen socialista.

 

En agosto de 1941, poco antes del sitio de Leningrado, Kharms fue arrestado de nuevo, acusado de distribuir propaganda contra el régimen.  Kharms fingió locura; no obstante, fue enviado a la prisión de Leningrado Nº1, donde murió de inanición en 1942.

 

 

 

Cuaderno azul número 2.

 

Había un hombre pelirrojo que no tenía ojos ni orejas. Ni siquiera tenía cabello, así es de que eso de que era pelirrojo es un decir.No podía hablar porque no tenía boca. Tampoco tenía nariz. Ni siquiera tenía brazos ni piernas. Tampoco tenía estómago ni espalda ni espina dorsal ni intestinos de ningún tipo. De hecho, no tenía nada. De modo que es muy difícil entender de quién estamos hablando. Tal vez sea mejor ya no hablar nada más de él.

 

 

Sinfonía número 2.

 

Anton Mikhilovich escupió y dijo: “¡hugh!”, otra vez escupió y dijo: “¡hugh!”; volvió a escupir y otra vez dijo: “¡hugh!”; y luego desapareció. ¡Al diablo con él! En lugar de él déjenme hablarles de Ilya Pavlovich. Ilya Pavlovich nació en 1893 en Constantinopla. Cuando apenas era un niño su familia se mudó a San Petersburgo, donde se graduó en la Escuela Alemana ubicada en la calle Kirchnaya. Luego trabajó en una tienda y después en alguna otra cosa. Cuando empezó la Revolución él emigró. Bueno, ¡al diablo con él! En su lugar, permítanme hablarles de Anna Ignatievna. Pero no es fácil hablar de Anna Ignatievna; en primer lugar, porque no sé casi nada sobre ella; y en segundo, porque me acabo de caer de la silla y se me ha olvidado qué les iba a decir. Así es de que mejor les hablaré de mí. Soy alto, razonablemente inteligente. Me visto con mesura y buen gusto. No bebo, no apuesto en las carreras de caballos pero me gustan las damas. Y a las damas yo no les importo. A ellas les gusta salir conmigo. Sarafima Izmaylovna me ha invitado a su casa varias veces, y Zinaida Yakovlevna ha dicho que le encantaría verme. Pero yo tuve un gracioso incidente con Marina Petrovna, del cual quiero platicar. Fue un asunto muy ordinario pero algo divertido. Por mi culpa Marina Petrovna perdió todo su cabello, quedó calva como nalga de bebé. Sucedió así: cuando llegué a visitar a Marina Petrovna, ¡zas!, perdió todo su cabello. Así como así.

 

 

Ancianas que caen.

 

Debido a su excesiva curiosidad, una anciana cayó de su ventana y se estrelló contra el suelo. Otra anciana se acercó a su ventana y miró a la que se había estrellado, pero debido a su excesiva curiosidad también se cayó y quedó estampada sobre el suelo. Fue entonces que una tercera anciana cayó de su ventana; y luego una cuarta; y después, una quinta. Cuando la sexta anciana cayó de su ventana yo me aburrí de haber estado viéndolas y me fui al Mercado Maltsev donde dije: “¿Hay alguien que le regale un mantón a este pobre ciego?”

 

 

Andrey Semyonovich.

 

Andrey Semyonovich escupió en un vaso de agua. Inmediatamente el agua se puso negra. Andrey Semyonovich torció los ojos y miró atentamente al interior del vaso. El agua estaba muy negra. El corazón de Andrey Semyonovich empezó a latir fuerte. En ese momento el perro de Andrey Semyonovich se despertó. Andrey Semyonovich se acercó a la ventana. Sucedió que el perro de Andrey Seyonovich salió volando y como un cuervo se posó sobre el techo del edificio de enfrente. Andey Semyonovich cayó de rodillas y se puso a chillar. A la habitación llegó corriendo el camarada Popugayev.
–¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo? –preguntó el camarada Popugayev. Andrey Semyonovich guardó silencio y se restregó los ojos. El camarada Popugayev echó un vistazo al vaso que estaba sobre la mesa.
–¿Qué has echado ahí dentro? –le preguntó a Andrey Semyonovich.
–No sé –respondió Andrey Semyonovich. En un instante desapareció Popugayev. El perro entró volando por la ventana, se echó sobre su lugar de costumbre y se durmió. Andrey Semyonovich se dirigió a la mesa y tomó un trago del vaso con agua ennegrecida. En ese momento, el alma de Andrey Semyonovich se llenó de luz.

 

Las cosas.

 

Orlov comió muchos frijoles fritos y murió. Y cuando Krylov vio a Orlov muerto, también murió. Pero Spridolov murió sin razón alguna. La esposa de Spridolov  se cayó en la cocina y también murió. Pero los hijos de Spridolov se ahogaron en un estanque. Mientras tanto, la abuela de Spridolov se volvió alcohólica y se fue de vagabunda. Pero Mikhailov dejó de peinarse y se enfermó. Kruglov le dio un latigazo a una dama y enloqueció, Perehvostov compró un alhambre por 400 rublos y se sintió tan deprimido que le prendieron fuego.Las personas buenas no están aptas para tener una posición segura en la vida.
22 de agosto, 1936

 

 

Un soneto.

 

Hoy me sucedió algo extraño: de repente olvidé si primero venía el 7 o el 8. Fui con mis vecinos para conocer su opinión sobre esa secuencia. La extrañeza de ellos y la mía fueron grandes cuando, de pronto, descubrieron que ellos tampoco podían recordar cuál era el orden de esos números. Ellos se acordaban de contar 1, 2, 3, 4, 5, 6,; pero olvidaban qué número seguía. Entonces decidimos ir a la tienda más cercana, la que está en la esquina de las calles Znamenskaya y Basseinaya, para consultar ese asunto con la cajera. La cajera nos sonrió como padeciéndonos, se sacó de la boca un martillito y, moviendo su nariz con suavidad hacia adelante y atrás, nos dijo:
–En mi opinión, el siete viene después del ocho sólo si el ocho viene después del siete. Le dimos las gracias a la cajera y contentos salimos de la tienda. Pero luego, pensando con cuidado en lo que dijo la cajera, nos pusimos tristes porque sus palabras estaban vacías de significado. ¿Qué se supone que haríamos? Fuimos al Jardín Primavera y empezamos a contar árboles, pero al llegar al seis nos deteníamos y empezábamos a discutir. Algunos opinaron que el siete era el que seguía; pero otros decían que era el ocho. Estuvimos discutiendo mucho tiempo cuando, por un golpe de suerte, un niño se cayó de una banca y se quebró las quijadas. Eso nos distrajo de nuestra discusión. Y cada quien se fue a su casa.
12 de noviembre, 1935

 

 

 

Un sueño.

 

Kalugin se quedó dormido y tuvo un sueño. Estaba sentado entre unos arbustos y un militar pasaba frente a estos. Kalugin se despertó, se rascó la boca, volvió a dormirse y tuvo otro sueño. Pasaba frente a unos arbustos, y entre los arbustos estaba sentado y oculto un militar. Kalugin se despertó, puso un diario bajo su cabeza para no humedecer la almohada con su baba y volvió a dormirse y a soñar. Estaba ahora sentado entre unos arbustos y un militar pasaba frente a estos. Kalugin se despertó y acomodó el diario, se durmió y volvió a soñar. Pasaba frente a unos arbustos, y en los arbustos estaba sentado un militar. A esa altura Kalugin se despertó y decidió no seguir durmiendo, pero en seguida se durmió y tuvo un sueño. Estaba sentado detrás de un militar y pasaban caminando unos arbustos. Kalugin gritó y cambió de posición en la cama, pero ya no pudo despertarse. Entonces durmió cuatro días y cuatro noches sin interrupción, y al quinto día se despertó tan flaco que tuvo que atarse las botas a sus pies para que no se le cayeran. En la panadería donde siempre compraba pan de trigo no lo reconocieron y le dieron pan con mezcla de centeno. La Comisión Sanitaria inspeccionó el edificio, encontró allí a Kalugin, lo declaró insalubre e inservible y ordenó a la cooperativa del edificio que lo arrojara a la basura. Así fue que plegaron a Kalugin en dos y lo arrojaron junto con los desperdicios.

 

 

Cuatro ejemplos de cómo una idea nueva impacta en una persona no preparada para ello.

 

 

ESCRITOR: ¡Soy un escritor!

LECTOR: Pero, a mi juicio, eres mierda de caballo.

(El escritor permanece unos minutos impactado por esta nueva idea, después cae muerto. Se lo llevan)

 

 

II

ARTISTA: ¡Soy un artista!

OBRERO: Pero, a mi juicio, eres mierda de caballo.

(El artista como una hoja empalidece;acto seguido, fallece y se lo llevan antes de que den las trece.)

 

 

III

COMPOSITOR: ¡Soy un compositor!

VANYA RUBLYOV: Pero, a mi juicio, eres mierda de caballo.

(Respirando pesadamente, el compositor se desmaya. Se lo llevan.)

 

 

IV

QUIMICO: ¡Soy un químico!

FISICO: Pero, a mi juicio, eres mierda de caballo.

(Sin pronunciar una sola palabra, el químico cae pesadamente al suelo).

 

 

13 de abril de 1933.

Aquí el libro completo en formato PDF.

 

Tarkovsky Andrei – Esculpir En El Tiempo