Category: GUIÓN / DRAMA
“¿Alguien comprende ni tan solo a Hamlet? No es la duda, sino la certeza lo que lo enloquece…
(…) Todos tenemos miedo de la verdad.”
“Shakespeare (…) concibió el tipo de César. Una cosa así no se inventa.”
Friedrich Nietzsche, Ecce homo
Hamlet sigue avanzando hacia nosotros, armado de pies a cabeza con los signos de nuestro ser, y nos arroja su desafío: ¡Ven hacia mí, si puedes. Sal a mi encuentro y encuéntrate a tí mismo! Sé el hombre de deseo que dices que quieres ser; pero antes pasa por mi historia.
Jacques Lacan dedicó a Hamlet sus siete lecciones de seminario el año 1959 en un momento crucial de su carrera y de su enseñanza. La necesidad de hacer reconocer el valor de la formación psicoanalítica que él y su grupo dispensaban aparece como un acto en el cual el sentido de su clínica, de su elaboración conceptual y de su política estaban a punto de dejarlo, como el hombre auténtico, solo con su deseo. Creo que esas lecciones que dedicó a Hamlet ilustran la posición tomada por Lacan en el destino del psicoanálisis, y anticipan los contenidos de lo que desarrolló en el seminario del curso siguiente, La ética del psicoanálisis. Quiero decir con esto que anuncian el viraje extremo que tomaría su trabajo, y que de hecho nos lleva hasta las instituciones actuales del psicoanálisis.
Lacan presenta a Hamlet como a un hombre de deseo, que no puede dejar de actuar, pero cuya acción es pospuesta. No indefinidamente, sino hasta un punto muy preciso: Hamlet sólo hace lo que ha de hacer – matar a Claudio – cuando él mismo ya está condenado a muerte sin remedio.
En este trayecto nos muestra su culpabilidad inconsciente: aquella que se liga a su ser. “Le es insoportable ser”, dice Lacan. Y su monólogo To be or not to be, el solo hecho de pronunciarlo, lo lleva al compromiso de ser. L’engage (…) dans l’être, dice Lacan, haciendo referencia a las doctrinas entonces próximas del engagement; pero también l’engage se lee langage. Leamos pues ahí que Hamlet enseña el compromiso de nuestro ser con el lenguaje.
Hamlet desea, pues, pero no sabe qué quiere. Avanza en la vía de su deseo, pero sólo lo asume cuando ha entrado en un espacio cuya lógica había de desarrollar Lacan en su Seminario al año siguiente. Se trata del espacio privilegiado de la tragedia: la dimensión del ser entre dos muertes. En la tragedia Edipo rey, lo que introduce a Edipo en esa dimensión es la peste de Tebas; y a Antígona su acto fatal la conduce a ser enterrada en vida, muerta antes de morir, para morir después de muerta.
A través de la obra de Freud, el psicoanálisis recupera ese espacio para nuestros tiempos “áridos del cientifismo”. En este sentido, la lectura de Hamlet es muy ilustrativa porque, a diferencia de Edipo, que es un héroe de los tiempos antiguos, Hamlet es un hombre de nuestra época: es el sujeto de la ciencia, el hombre contemporáneo a The Advancement of Learning, de Francis Bacon, que antecede en poco al Discurso del método cartesiano.
Hamlet es un hombre que sabe y, podríamos decir, que sabe demasiado. Así como Edipo, dice Lacan, mata a su padre y se casa con su madre sin saber que lo son, Hamlet es aquel que, de entrada, y merced a la palabra del espectro, ya sabe. Y precisamente sus dificultades provienen de ese saber y de su dominio. Es por eso que se impone a sí mismo una forma de locura: suspendido como está a la hora del Otro – como dice Lacan en su Seminario -, se ve obligado a desconcertarlo en busca de la oportunidad de llevar a cabo su política.
De otro lado, la tragedia nos muestra que su deseo no se realiza si no es pasando por todo un campo de obstáculos especulares. Y si lleva adelante su deseo es frente a esos espejos. Nos encontramos ciertamente en el espacio de la política de los tiempos modernos: el palacio de Versalles es un palacio de espejos; y también cuando se firmaron los tratados que supuestamente habían de poner fin a la Gran Guerra.
La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca se desarrolla entre unos personajes inolvidables. Digamos para empezar que Ofelia no es el espejo de Hamlet, sino que, precisamente, ella es la ocasión de que surja el objeto que no tiene imagen especular. Ofelia es para Hamlet la idea que él tiene del ser: o es una condena o es un don. Si, de un lado, Ofelia representa la matriz, Hamlet precisa que de esa matriz saldrán nuevos condenados. Si, por otro lado, Ofelia es el objeto más precioso, el objeto excelente, si es lo que viene a completar el narcisismo masculino de Hamlet, si responde a la figura de lo que significa su nombre – como dice Lacan: o phallos, el falo -, entonces Ofelia es el signo propicio del don del amor. Es en esa vacilación donde se juega la ambigüedad de la actitud de Hamlet con Ofelia. Pero a esos dos aspectos de Ofelia hay que añadir un tercer paso: es el de Ofelia muerta. Y es ahí donde ya no quedan espejismos; Ofelia muerta es la ocasión para que el héroe pronuncie su cogito y asuma su ser: This is I, Hamlet the Dane. Lo que quiere decir: “A mí me toca hacer su duelo; y con el trabajo de ese duelo asumo mi deseo”.
Claudio, en un sentido, es un personaje edípico, es aquel que hizo lo que Hamlet no se atreve a hacer: matar al padre; pero, al mismo tiempo, encarna el poder real. Aunque hay que decir que, como político, resulta bastante mediocre: si de un lado consigue detener la ofensiva de Fortimbrás, del otro aparece como un rey culpabilizado, dividido pues, y que no puede llegar a dar la talla. De hecho, con sus decisiones políticas, va destruyéndose más y más, como un hombre poseído por la pulsión de muerte. Fijémonos en cómo ha de soportar todas y cada una de las insolencias de Hamlet; y cómo no consigue convertirlo en uno de sus hombres fieles, ni tan sólo ofreciéndole la sucesión al trono. Utiliza como espías a dos tontos como Rosencrantz y Guildenstern; ha de esconderse ridículamente tras los tapices para espiar; tiene remordimientos todo el tiempo y por todo lo que hace; no le cae bien el vestido de rey; no soporta verse reflejado en la pantomima; prepara un complot para matar a Hamlet, y le sale mal; esconde la muerte de Polonio y provoca una rebelión popular. La obra nos da los suficientes indicios de que fue él quien hizo matar a Ofelia, pero es sólo porque no sabe qué hacer con ella. Y, finalmente, prepara un segundo complot para matar a Hamlet que acaba llevándose a todo el mundo y dejando el reino en manos de otra dinastía. Y, para colmo, ni siquiera es él quien vota por el nuevo monarca, sino que lo hace Hamlet moribundo.
Gertrudis, por su parte, es una mujer dividida entre un amor enfermizo por su hijo y un deseo tan grande de no dormir sola – con béant, según el calificativo de Lacan -, que acorta su duelo de viuda hasta servir su cuerpo aún caliente del anterior marido al usurpador. Y dejamos de lado su hipotética participación en el asesinato de Hamlet, cuyo examen resultaría muy elocuente para la comprensión de aquel amor idealizado que, según Hamlet hijo, le tenía su padre.
Lacan nos hace prestar atención también al hecho de que Laertes, amigo de Hamlet, amigo de verdad, a pesar o quizá a través incluso de su rivalidad, viene a ser su imagen especular, tal como él mismo se lo dice cuando acepta el duelo: I’ll be your foil, Laertes!: “seré tu espejo, seré la hoja brillante sobre la cual darás tu reflejo mejor”.
En efecto, La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca se nos presenta como un juego de espejos en el cual el espectador es capturado. La play-scene es como el espejo en el fondo de Las meninas, donde nos vemos reflejados, pero precisamente ahí donde no nos corresponde estar: en el lugar de los reyes que está pintando Velázquez. Cuando Claudio se ve en la pantomima, no puede ver más que aquello que pone en crisis su cualidad de rey: su culpa, su interior; olvidando lamentablemente que los reyes no tienen interior.
La obra propone también otra simetría, la que se produce entre la corona de Dinamarca y la de Noruega. Como dice Hamlet, en una línea que ha desafiado las interpretaciones, I am but mad north-north-west, “Sólo estoy loco nornoroeste.” En efecto, esa es la orientación exacta de la línea recta navegable que conduce desde Elsinor hasta la capital de Noruega. En cambio, dice Hamlet “cuando el viento sopla del sur, sé distinguir un halcón de un serrucho.” Es que, exactamente al sur de Elsinor, en su mismo meridiano, está Wittemberg, en cuya Universidad Hamlet aprendió las distinciones básicas del lenguaje y las artes políticas de los tiempos modernos.
Noruega es pues el “Otro escenario” de la obra, que nunca aparece en escena, pero que está presente todo el tiempo. De ahí van llegando indicios hasta que, con el desenlace de la obra, podríamos decir que el espejo se gira: de Hamlet padre a Fortimbrás padre; de Hamlet hijo a Fortimbrás hijo; y en ambos casos un tío mediador.
En este juego de escenarios, y en relación con los personajes de la tragedia, se desarrolla la locura de Hamlet, en la que distinguimos tres formas, que llamaremos la neurosis hamletiana, la locura bufonesca de Hamlet, y una tercera clase de locura, que hay que referir a la locura del mundo.
En primer lugar pues, Hamlet es un neurótico; o podríamos decir incluso que representa la neurosis misma. Tal como dice Lacan, le es insoportable ser; se siente culpable por su ser. No puede atacar a Claudio, porque ve en él a su padre; y si se ve ahí a sí mismo es en tanto que hombre de su madre. Y de otro lado, no puede separarse de Gertrudis, está fijado a ella. Y es precisamente por todo eso que se encuentra sin saber qué es lo que ha de querer; a la vez que está embarazado con un saber que lo impulsa inevitablemente a actuar. En este sentido, procrastina; pospone su acto. Y esa neurosis se cura: cuando Ofelia está muerta, surge, del duelo, la posibilidad de una nueva metáfora y de un nuevo objeto motor de su deseo. Lo que equivale a la recuperación freudiana del superyó con el acontecimiento inconsciente denominado por Freud complejo de castración.
Pero, de otro lado, Hamlet, a partir del momento en que sabe las circunstancias de la muerte de su padre el rey, adopta como estrategia política la de hacerse el loco, la de actuar como un bufón de corte, personaje de otro lado bien shakespeariano. No es por nada que, en la escena con los enterradores, se encuentra frente a frente con la calavera de uno de ellos, de uno de los auténticos, de los que ya no quedan en el tiempo de Hamlet hijo, un bufón al que profesó verdadero amor y que le enseñó cosas esenciales en su formación como hombre de corte. Y, a partir de ahí, Hamlet representa la transformación en la que hacerse el loco pasa a ser, como dice Lacan, una de las dimensiones esenciales en la política del héroe moderno.
La de hacerse Hamlet el loco es una maniobra que saca de sus casillas a Claudio y lo pone a su merced. Maniobra política de gran vuelo que contrasta con las intrigas anticuadas y ridículas de sus adversarios. Véanse, por ejemplo, los caricaturescos consejos que Polonio da a Laertes como viático. De esa locura, lo más divertido es quizá la respuesta psicoterapéutica que, como indica Lacan, despierta en Polonio. Su diagnóstico es: “Vuestro noble hijo está loco, loco, loco.” Y la causa de esa locura es el amor.
Hamlet, en efecto, se pone a hablar de una manera casi maníaca, como diagnostica Lacan. Juega a negar el sentido, a desligarse del falo, del falo monárquico por ejemplo. Con lo cual no diremos que ridiculiza a sus adversarios, sino, mejor, que hace surgir la cosa que se esconde bajo los ropajes, los brillos, los toques de trompeta de la corte. Y es precisamente por aquí que esta segunda locura de Hamlet nos lleva a la tercera. Pero antes de hablar de ella, habremos de referirnos a la locura del mundo.
A lo largo de La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca, Shakespeare esparce numerosos indicios del desorden del mundo en el que viven tanto Hamlet como los demás personajes. Por ejemplo, conocemos cómo Lacan resalta un detalle que había escapado a los lectores más perspicaces de la obra, que se encuentra en su comienzo mismo, en la escena del cambio de guardia. El que llega pregunta: Who’s there?, “¿Quién está ahí?” – cuando la pregunta debería haberla hecho quien hace la guardia. Y éste replica, naturalmente: “No, respondedme a mí. Deteneos. ¿Quién sois?” Desde el mismo comienzo de la obra se nos indica que algo está trastocado. El sentido de estas réplicas es: ¿Hay alguien que vigile, aquí?
Unas líneas más abajo, Horacio y Marcelo hablan de la aparición, como de un presagio, “de alguna extraña erupción en nuestro estado”. Parece, vienen a decir, que el cadáver del valiant Hamlet, de Hamlet padre, se remueve en su tumba, porque el joven Fortimbrás quiere atacar el estado, el cual, en estas condiciones, está en pie de guerra. Horacio recuerda entonces los presagios que anunciaron la caída de César: muertos saliendo de sus tumbas, cometas y eclipses. Y sólo por una fanfarronería denegadora Claudio se burla de ese joven Fortimbrás que cree que, muerto Hamlet padre, “el estado está desamparado y fuera de quicio”.
Recordemos también la frase de Hamlet: All is not well, “No todo está bien”. O la famosa réplica de Marcelo: Something is rotten in the state of Denmark, “Algo está corrompido en el estado de Dinamarca.” O también cómo, al final del primer acto, Hamlet utiliza palabras parecidas a las de Claudio, pero él afirmativamente: “Los tiempos están desquiciados.”
Es pues en relación con este desquiciamiento de los tiempos que, como dice Hamlet, “El rey es una cosa; una cosa hecha de nada”. Y es de ahí que proviene la tercera clase de locura hamletiana.
En la obra escuchamos de la boca de Hamlet algunas manifestaciones que apuntan a señalar que él, Hamlet en persona, sabe muy bien lo que es ser rey, lo que es ser rey en los tiempos que le toca vivir; y también que sabe que ese rey que ahora gobierna Dinamarca, un “rey de harapos y remiendos”, es demasiado corpóreo, demasiado obsceno para representar la verdad de la corona: es indigno.
Por ello se lo puede capturar, al rey, su consciencia culpable, con una representación teatral: The play’s the thing, Wherein I’ll catch the conscience of the King. “La obra de teatro es la cosa en la cual capturaré la consciencia del rey.” Esto es tanto como decir que Claudio no está a la altura de la cosa incaptable que el rey ha de representar. Y es el propio Claudio quien, justo antes del monólogo de Hamlet To be or not to be, se compara con la puta que no vale ni la cosa – the thing – que le sirve para maquillarse.
Y también, cuando Rosencrantz le suplica a Hamlet que indique dónde está el cuerpo de Polonio, Hamlet responde: “El cuerpo está con el rey, pero el rey no está con el cuerpo”, lo que señala de nuevo la incapacidad de Claudio para ser la cosa de nada que sostiene la corona.
El rey, pues, es una cosa. Es, de un lado, el falo, la sombra alargada, outstretched, erecta; es una anamorfosis; pero también es polvo, un cuerpo finalmente, mortal como tal. Pues bien, esta dualidad está presente todo el tiempo en La tragedia de Hamlet, y la tragedia es que nunca llega a ser sintetizada.
Ciertamente, en la transmisión de este poder real, de padre a hijo especialmente, hay algo que falla. Pero hemos de entender también el cambio de época que se produce entre Hamlet padre y Hamlet hijo. En efecto, Shakespeare los utiliza para representar una transformación capital que se produce en Europa en la constitución de la monarquia, una transformación de la que fue pionera la Inglaterra del Renacimiento. Es algo sobre lo que nos ilustra el libro de Ernst Kantorowicz, publicado en los EEUU dos años antes del Seminario de Lacan sobre Hamlet: The King’s two Bodies, o: Los dos cuerpos del rey. En él vemos de qué manera Inglaterra se avanzó un siglo respecto del continente en la identificación clásica del monarca con el Estado, que para los franceses llegaría a su cumbre con Luis XIV. Kantorowicz describe minuciosamente las nociones teóricas que contribuyeron a una transformación paulatina, que quizá pasó desapercibida para los contemporáneos, pero de la cual el genio de Shakespeare nos permite captar algunas dimensiones.
Es de destacar la interesante lectura que Kantorowicz hace del Ricardo II de Shakespeare, y la forma en que muestra cómo una noción cristiana como la de cuerpo místico fue secularizándose hasta formar la noción del cuerpo del Estado que, desde el Renacimiento hasta nuestros días, es vigente. Kantorowicz muestra cómo, desde el Renacimiento, el rey está provisto, de hecho, de dos cuerpos: uno caduco, mortal, hecho de realidad, y otro inmortal, permanente, ficción de la realidad del reino. Así se hace posible que el rey, siendo como es la cabeza del Estado, sea a la vez su cuerpo entero, y que el rey, de legitimar su poder por el uso de la fuerza, pase a ser el sostén corporal del Estado.
En el paso de la edad media al Renacimiento, el rey se sitúa, como una nueva e inédita figura del tiempo, en el espacio intermediario entre la eternidad y la temporalidad. Como los ángeles, es creado y temporal, a la vez que, permanente como es, es un ser inmortal.
La monarquia moderna nace provista de la noción de un tiempo que, aun siendo infinito, posee un pasado y un futuro: es el tiempo de la crónica, antecedente de la historia propiamente dicha. Y, si el cuerpo del rey es una ficción – Kantorowicz insiste en el hecho de que, nacida esta doctrina en Inglaterra, no podía consistir en una abstracción, sino en una ficción -, es una fictio figura veritatis, como decía santo Tomás, o una verdad con estructura de ficción, como dice Lacan.
Lo que aquí nos interesa subrayar que es el cuerpo del rey, un cuerpo instalado en la dimensión de la inmortalidad, lo que sostiene esta ficción. Y es así que el rey no muere nunca: él es la continuidad dinástica: Corona non moritur. Es un ave fénix: “!El rey ha muerto! ¡Viva el rey!”.
El rey tiene pues una existencia doble: doblemente amenazada, doblemente mortal, por la muerte que le amenaza a él, y por la Otra muerte, la que amenaza a la corona. Esta es pues la thing, la cosa que es el rey: un ser que tiene que componérselas con esas dos muertes. Y esta es también la cosa que debe llegar a ser el rey en Dinamarca, justo en el tiempo que va de Hamlet padre – un rey sacado de una saga medieval, que se juega, él con su único cuerpo, en un duelo a muerte, un trozo del reino – a Hamlet hijo, que sabe ya qué cuerpo de ficción son los reyes.
Vemos entonces lo que tiene Hamlet frente a sí: llegar a ser esa cosa, aceptar serla, encarnar esa ficción que figura la verdad. Y, efectivamente, no faltan las referencias de Hamlet a sus derechos a la dignidad real, a su legítima pretensión a la corona. Y es algo que también tiene presente Laertes cuando advierte a Ofelia de que la elección de esposa por parte de Hamlet se ha de ceñir a la ley y a los consejos de este cuerpo del cual él es la cabeza.
Recordemos también cómo, después de la frase: The time is out of joint, “Los tiempos están descoyuntados”, Hamlet añade: “Maldita suerte, que hubiese de nacer yo para enderezarlos”. Entendamos: para ponerlos en el Derecho. Y evoquemos también cómo Ofelia, en la cima de su locura de angustia, pregunta: “¿Dónde está la bella Majestad de Dinamarca?”. Se trata de la misma majestad que ella había de representar con Hamlet después de la venganza. Pero de algún modo Ofelia sabe que Hamlet fue enviado a la muerte – y que la Majestad de Dinamarca es Claudio, un cobarde “hecho de harapos y remiendos”.
Hamlet, por lo que a él respecta, se comporta realmente como un rey. No es por casualidad que se va a Inglaterra llevando en su equipaje el sello del Danés, el sello de Dinamarca, el de su padre, aquél cuyo guardián es ahora su linaje. Y también tiene este sentido de asunción de la realeza el grito que profiere desde dentro de la tumba de Ofelia: “Soy yo, Hamlet el Danés.” Y también deja claro a Horacio, cuando le relata la aventura del barco, que “ese que ha matado a mi padre y ha puteado a mi madre, se ha interpuesto entre la elección y mis esperanzas”; refiriéndose, claro está, a las de ser rey. Ya señalábamos que sus últimas palabras, las que le dan su voto a Fortimbrás, son las de un rey.
Aquí reside pues la tercera locura de Hamlet: ha de ser rey. Ha de ser por tanto algo que es y no es a la vez. Pero esa cosa, esa thing hecha de nothing, no llega a serla sino muerto.
Esta locura se pone de relieve aún más si comparamos a Hamlet con otro personaje en el que Shakespeare estuvo ocupado durante la misma época.
Kantorowicz analiza Ricardo II de Shakespeare para enseñarnos los secretos del cuerpo del rey. Es especialmente relevante la escena de su abdicación; y cómo, cuando pide un espejo para verse, lo rompe enseguida sin poderse mirar en él. También en Macbeth, cuando las brujas describen la procesión de un linaje real, el último de sus miembros porta un espejo en el que están reflejados todos sus ascendientes.
En la tetralogía que forman Ricardo II, Enrique IV (primera y segunda partes) y Enrique V, escrita en la misma época que Hamlet, Shakespeare muestra un linaje real, una corona mantenida inmortal por unos reyes ingleses que, más o menos indignos, estuvieron con todo a la altura del poder del reino.
Y, sobre todo, destacándose sobre el foil, sobre el contraste que forma Falstaff, encontramos el que parece el contraejemplo de Hamlet: Hal, o Harry, el futuro Enrique V. Ciertamente, el espectador es sacudido por un escalofrío cuando el desconsiderado Hal, el sinvergüenza, creyendo ya muerto a Enrique IV, se prueba la corona y es sorprendido por su padre. A pesar de la desmesura de ese acto, no es de mal augurio. Cuando efectivamente muere Enrique IV, Hal es coronado como rey Enrique V. Manda entonces a paseo a Falstaff, y hace lo que ha de hacer. Luego vemos a Enrique V como un gran rey, vencedor de la batalla de Agincourt, con la que comienza el imperialismo británico.
También podríamos comparar los obstáculos de Hamlet para llegar a ser cuerpo de rey. Veánse sus monólogos: “Esta carne que se derretirá…”, y contrástense con el monólogo de Enrique V en la noche anterior a la batalla: Upon the King! “¡Todo sobre el rey! (…) ¿Qué tienen los reyes que no tenga la gente, sino las ceremonias, las constantes ceremonias?”
Y por lo que se refiere a la relación con la herencia, con los pecados del padre y la manera cómo Enrique IV se había hecho con la corona de Ricardo II, antes de la batalla explica muy bien que ya tiene ajustadas todas las cuentas: una tumba, dos monasterios, trescientos pobres; una tumba nueva para Ricardo, dos monasterios con monjes que cantan, y trescientos pobres que comen gracias a él; a lo que se añaden sus propias acciones, que lo pagan todo. No hay que hablar más de eso, hoy es san Crispiniano, y lo que hay que hacer es batallar.
¿Por qué Hamlet no puede actuar así? Él sabe que es el Danés, un equivalente al reino, y que el otro es un usurpador. Un buen asesinato de Claudio crearía un poco de caos, pero bastaría que él dijera entonces, desde su poder incrementado: “No os preocupéis. Yo soy el heredero legítimo. ¡Y tú, Polonio, jubílate!” – Durarás poco. – “Laertes, veamos qué has aprendido en la corte de Francia; Horacio, quédate de consejero; Rosencrantz y Guildenstern, seguiré exprimiéndoos como una esponja.”. Hamlet se casa con Ofelia, y continúa haciendo inmortal el cuerpo del rey.
¿Pero por qué Hamlet no hace nada de ésto? ¿Por qué se detiene horrorizado ante el vientre de Ofelia? No es porque le falten ni fuerza ni inteligencia. Y sin embargo, sólo muerto puede poner su cuerpo al servicio de la ficción monárquica; no puede prestarlo antes a ser soporte de los signos del poder. Sólo muerto puede Hamlet mirarse en el espejo de su linaje: sólo muerto, sólo en un espacio entre dos muertes realizado como sacrificio. El por qué de esa su incapacidad ya lo sabemos: es un neurótico. Y lo es en la dimensión de los signos de la realeza, la cual es, todo el tiempo, su vocación, su destino: su deseo.
Pero Shakespeare nos invita a seguir preguntándonos: ¿Por qué Hamlet es un neurótico? Y la solución nos la dan los clowns sepultureros. Lo sabe cualquier simple: Hamlet nació el mismo día en que “nuestro último rey Hamlet venció a Fortimbrás”.
Situémonos en la época. Un duelo como ése no se improvisaba: se preparaba con tiempo, se anunciaba, la gente acudía. Y Hamlet fue concebido, y luego vino al mundo, bajo la sombra de ese duelo. La reina Gertrudis llevó en el vientre un hijo, que quizá viviría, que quizá sería varón. Y fue así, y rompió aguas el mismo día en que ella estaba en peligro de quedarse viuda y el reino descuartizado. Ese niño sería heredero de un rey que, en la situación del momento, esperando la hora fatídica del duelo a muerte de los reyes ya era, por anticipación, un muerto. Y esto sucedía con un rey de los tiempos antiguos, cuando los reyes tenían un solo cuerpo que, como en ese caso, era idéntico al reino.
Esta era la situación que Hamlet tuvo que encontrar en la repetición: un duelo que lo haría, o muerto, o rey; y definitivamente the Dane, el Danés.
Tengamos en cuenta que, además, al hijo que había de nacer le pusieron el mismo nombre de su padre; para Gertrudis era un Hamlet por otro.
Y es porque el padre murió anticipadamente en aquella decisión de jugarse la vida que ahora vuelve a aparecer, desde el mundo de los no todavía muertos del todo, vestido como el día del combate; y lo hace para recomponer el cuerpo inmortal del rey, para reordenar el linaje.
Hamlet es el sujeto concebido y parido bajo aquellos signos que, en la coyuntura de su tragedia, debe elegir entre aceptar y repudiar su herencia. Se trata de una elección forzada: no puede repudiarla; pero para aceptarla debe pagar un precio: no podrá, al contrario que Hal, calzarse la corona.
Los signos le matan el deseo, al mismo tiempo que se lo dan; es por esto que lucha, todo el tiempo, encarnizadamente, contra lo que lo mortifica. No se somete vergonzosamente al sacrificio, porque es, a pesar de todo, hombre de deseo.
¿Cuál podría ser la moraleja? Shakespeare, soporte de su monarca, la deja bien clara. Con La tragedia de Hamlet dice a sus contemporáneos: respetad la corona; es una ficción del reino; y más importante que el mismo rey. Fijaos en lo que pasa ese país, en Dinamarca, un país lo suficientemente lejano para no estar en la órbita inglesa, pero lo bastante cercano para no ser exótico: si falla, no el rey, sino la corona, el cuerpo político se desmembra; y, al cabo, acaba siendo conquistado por el extranjero.
Pero a nosotros nos interesa otra clase de genialidad: y es que Shakespeare no se limita a presentarnos el simple cuadro de los hechos y su moraleja, sino que trata a sus personajes como causas. Y por eso vemos en La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca el vínculo que hay entre el inconsciente y las estructuras del poder, tal como hoy, como siempre, nos causan a todos.
Texto Original: Antoni Vicens
¿Por qué Hamlet no ejecutó la venganza, tal como se lo había exigido el fantasma de su padre en las primeras escenas de la obra?
Los primeros estudiosos que se preocuparon seriamente por la conducta de Hamlet, príncipe de Dinamarca, fueron los críticos románticos. Para Schlegel y Coleridge, como para Hazlitt y Lamb, el comportamiento de los personajes en la escena era el mejor criterio para juzgar una obra dramática. Se trataba de una crítica conductista que consideraba con desdén otros aspectos, como la estructura de la pieza, su unidad, decoro, y así. Y si de comportamiento se trataba, ninguno más enigmático que el de Hamlet, convertido por los románticos en modelo del héroe: nocturno, díscolo, excéntrico, inexplicable, insomne, solitario, incomprendido, suicida.
La gran pregunta sobre Hamlet, la pregunta de las preguntas, tal como la entendieron los románticos, es la más difícil de responder: ¿Por qué el joven no ejecutó la venganza, tal como se lo había exigido el fantasma de su padre en las primeras escenas de la obra? De haberlo hecho, se habrían evitado las muertes de Polonio, Ofelia, Laertes, la reina Gertrudis y el mismo príncipe. Una de las explicaciones es que Hamlet, la obra, es una tragedia cristiana que se desarrolla en la Dinamarca cristianizada de la Edad Media. En la tercera escena del tercer acto, Hamlet, el príncipe, expresa su convicción en el más allá, en su existencia, tal como lo asumían los cristianos. Y lo hace, justamente, para justificar la postergación de su venganza:
Ahora podría hacerlo, ahora que está rezando. Lo haré y así se irá al cielo… Un bribón mata a mi padre y por ello, yo, su único hijo, envío al cielo a ese canalla… No, detente, espada, y búscate una ocasión más horrible, cuando duerma embriagado o tenga cólera o en el incestuoso placer de su lecho. Cuando juegue, cuando jure, o en el incestuoso lecho o en algún acto que tenga sabor de salvación.
Shakespeare no lo dice. Pero si enviara a su padrastro al cielo, ejecutándolo en el acto de la oración, Hamlet se estaría condenando a ese “infierno tan temido” por los habitantes del medioevo. Aunque todas las circunstancias se acumulaban para animarlo a la venganza, los obstáculos e impedimentos eran, por lo menos, tan consistentes y numerosos. Venganza y perdición eran una sola cosa para el cristiano príncipe de Dinamarca.
En la Grecia heroica, por el contrario, cualquier héroe hubiese realizado la venganza sin mayores problemas. El caso extremo es el de Orestes, quien tiene que vengar la muerte de su padre. Y no con el asesinato de un tío corrupto y disoluto, sino con la muerte de Clitemnestra, su madre, causante de la enredada muerte de Agamenón, su padre. No tenían mayores inconvenientes los héroes griegos a la hora de vengarse. Como siempre, lo entendían en términos de necesidad. Era absolutamente necesario que Orestes se vengara, así fuera en su propia madre. Una diferencia hay que notar, sin embargo. Orestes contaba con el apoyo de un dios, Apolo. Hamlet apenas cuenta con el de un fantasma, el cual, por añadidura, apestaba a azufre, el olor que se describe para los paisajes infernales. Lo que en Orestes, y demás héroes griegos, es algo relativamente convencional, en Hamlet es algo imposible.
Se ha tratado, con desigual fortuna, de vincular el sentimiento de culpa con determinadas formas de expresión religiosa. Y no es impropio destacar la insistencia de las tradiciones judeocristianas en el fenómeno de la culpa como uno de los fundamentos de sus teologías. Tal vez sea menos apropiado vincularlo y convertirlo en uno de los pilares del monoteísmo. Especialmente cuando la misma noción de monoteísmo ha sido sometida a revisiones inquietantes. Como la que proponen los colaboradores de Pagan Monotheism in Late Antiquity. En la introducción a este volumen, cuya importancia para los estudiosos de las religiones no se puede exagerar, se cuestionan ideas recibidas y digeridas por la mayoría de los estudiosos contemporáneos. Allí se dicen cosas como estas:
“El monoteísmo, independiente casi siempre del cristianismo y el judaísmo, se estaba difundiendo cada vez más en tiempos de la Antigüedad tardía”.
“No sólo los filósofos, sino una parte fundamental de los paganos de la Antigüedad tardía, eran monoteístas de manera consciente”.
“Ser pagano en ese período no significaba, necesariamente, que uno no era monoteísta”.
“El monoteísmo pagano era una tendencia profundamente arraigada en la filosofía antigua”.
La incapacidad de Hamlet para adelantar la venganza exigida por el fantasma de su padre va a tener consecuencias nefastas. A nivel colectivo, llevará a la muerte a mucha gente honesta, algunos de una inocencia emblemática, como Ofelia. A nivel personal, la postergación de la venganza, una postergación infinita, será la causa de un deterioro irreversible de la salud mental del príncipe. A medida que avanza el drama, percibimos, con profunda tristeza, cómo el noble danés se va hundiendo en la penumbra insondable de la melancolía. Se refugia en un solipsismo que lo incapacita para relacionarse con sus semejantes que han podido ayudarlo. Su situación no podía ser más desesperada. El fantasma de su padre le reclama ser vengado. Pero, como buen cristiano, Hamlet sabe que esa acción, no importa cuán justa pueda parecer, lo condenaría eternamente a los ojos de su dios. Y este dios había dicho, por intermedio de San Pablo, que sólo a él correspondía la venganza: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos; antes dad lugar a la ira de Dios; porque está escrito: mía es la venganza”.
Hamlet es un hombre respetuoso de la fe cristiana, el problema es que esta posición contradice las exigencias del fantasma. Como resultado, se siente cada vez más culpable. Y este sentimiento de culpa es lo que lo distingue de los héroes griegos. “La venganza entre los griegos no era un problema, era una solución”, nos recuerda la profesora Pepin Burnett en su necesario trabajo sobre la venganza en la tragedia ática e isabelina. A comienzos de la Ilíada, leemos que Agamenón, máximo comandante de los invasores griegos, pone en peligro la empresa troyana por lo que no puede calificarse sino de capricho. Se ha robado la hija de un sacerdote de Apolo y el hijo de Leto ha hecho caer la peste sobre el campo aqueo. Después de muchos estragos en las filas del ejército, Agamenón accede a devolver la joven a su padre. Cientos son los soldados muertos víctimas de la enfermedad. Sin embargo, ningún sentimiento de culpa, Agamenón simplemente ha reaccionado ante la acción punitiva de Apolo. La suya es una transgresión que fue debidamente castigada, nada de culpas, lo contrario. Apenas se retira el sacerdote con su hija, acomete otra acción infame: despoja, nada menos que a Aquiles, de su esclava más querida. Nuevos males llegan al campo de los griegos cuando Aquiles se niega a seguir combatiendo. Agamenón no se da por aludido y rechaza devolver la muchacha. No es original recordar que el atrida no sintió culpa ni en el momento nefando en que sacrificó a la más dulce de sus hijas, Ifigenia. En su estudio sobre los orígenes de lo sagrado en Grecia, Walter Burkert indica que “la práctica de la confesión está visiblemente ausente de la Grecia clásica”. Sin culpa, la confesión es superflua. Para Dodds, la culpa sería una actitud postheroica. Y para Nilsson, la culpa, entre los griegos, habría sido un aporte, rápidamente superado, de las sectas órficas.
Hamlet, por desgracia, no es griego, es danés. Y su situación no puede ser más distinta. Se siente culpable por no satisfacer las demandas del fantasma del padre. En un momento de su depresión llega a compararse con las bestias: “How all occassions do inform against me / and spur my dull revenge. What is a man / if his chief good and mark of his time is / but to sleep and feed? A beast, no more“. El diccionario de Oxford define culpa como “failure in achievement of duty“. Que podríamos traducir como “incapacidad en el cumplimiento del deber”. Y eso es, precisamente, lo que presenta Hamlet, una “incapacidad para cumplir con su deber”. Y su deber es vengar a su padre, una tarea que el fantasma se encarga de recordárselo con molesta insistencia. Tiene que dar muerte a su tío Claudio, el asesino. En apariencia, nada le impide a Hamlet ejecutar la venganza. Nada y todo. La culpa se apodera de él tempranamente y cargará con ella durante los cinco actos de la tragedia, hasta que la muerte, no indeseada, lo libere de la carga.
El “complejo de Hamlet”.
El “complejo de Hamlet” es su complejo de culpa, su incapacidad para cumplir con su deber lo convierte en un miserable. Vive su hades de la manera más desgarrada. El hades de la melancolía, la locura, la muerte. Poco antes de la Segunda Guerra Mundial, en una Alemania tan podrida como la Dinamarca de la tragedia, Karl Jaspers señaló las consecuencias de esa incapacidad para actuar: “El no actuar es también una acción; a saber, omitir. Esto tiene, asimismo, sus consecuencias: una inacción sostenida y sistemática conduciría necesariamente a un rápido hundimiento, sería una forma de suicidio. Si yo puedo hacer algo y no lo hago, yo soy culpable de las consecuencias de mi abstención”. La culpa de Hamlet es suicida, pero también homicida. Porque no de otra manera se debe considerar la muerte de Polonio. Lo que hace Hamlet es descargar su culpa en los demás, no puede matar a Claudio, pero sí al infeliz e inofensivo Polonio. Lo mismo con Ofelia, la señala con el dedo, la carga de insultos, quiere “echarle” la culpa de su culpa. Hamlet parece creer que en la familia de su prometida se encuentra el origen de sus miserias existenciales: acaba con Polonio, acaba con Ofelia y acaba con Laertes, aunque tenga que morir en el intento. Tal vez no le falte razón al profesor López Pedraza cuando escribe que “la culpa y la psicopatía están tan íntimamente vinculadas que no se puede hablar de la una sin la otra… culpa y psicopatía se igualan”.
Toda culpa es persecutoria, se convierte en la sombra. Una sombra agobiante, terriblemente pesada. La gente habla de “agobiado por la culpa”; “no puede con el complejo de culpa”; “la culpa lo va a matar”. La culpa es algo que se siente, como el frío de la fiebre. El diccionario madrileño enumera once palabras derivadas del término. Entre ellas, algunas tan ambiguas como “culpante” o tan cacofónicas como “culpación”, de la eufónica “culpatio” latina. Al definir culpa, los académicos de Madrid son, como siempre, imprecisos. Vendría a ser una “falta más o menos grave”. Y pienso en Hamlet. Su falta, ¿era más o menos grave? Grave debe haber sido porque precipitó a la muerte a tanta gente honesta. Toda culpa es persecutoria, en efecto. Y todo culpable es un paranoico, aunque lo contrario no siempre es cierto. El dolor de la culpa también es persecutorio y no cesa. No se trata de un dolor agudo, como el de la puntada de costado, que acompaña al neumotórax o el dolor de muelas. No hay decúbito favorable para el dolor de la culpa. Es como una de esas dolencias que los pacientes refieren como: “no se va”; “siempre está allí”; “no se me pasa”. Estos dolores son susceptibles de desaparecer con los analgésicos. Pero pasada la acción terapéutica regresan con la misma intensidad. El sueño, cuando llega es el analgésico de la culpa. Pero, al despertar, es lo primero que acude a la conciencia, el insoportable dolor de culpa.
El siglo XX descubrió, o inventó, una nueva categoría de culpa, la culpa colectiva. Me parece que fue Jung el primero que utilizó el término para referirse a la Alemania de la segunda posguerra. Toda la nación alemana amaneció culpable de genocidios impensados. Se generalizó y se encontró culpable a todos los alemanes que vivieron en Alemania entre 1932 y 1945, no importaba la edad, credo, sexo o filiación política, todos habían sido “verdugos involuntarios”. La nación tenía que ser redimida y se pensó, no sé si equivocadamente, que el primer paso hacia la redención era reconocer la culpabilidad. Así, a la patria de Goethe le correspondió el dudoso honor de ser el primer país culpable in totto. Con semejante acuerdo, se liberó de culpas a otras empresas genocidas. Joseph Conrad se encargó de reseñar una de ellas, la de los belgas de Leopoldo en el Congo. En El corazón de las tinieblas, el protagonista, el borroso mister Kurz, sucumbe ante el complejo de culpa y será poseído por la más escatológica de las locuras. Pero, a pesar de los millones de víctimas de las potencias coloniales, aparte de Kurz, no hubo culpables. Y mucho menos un país entero. Alemania fue considerada culpable y todos los alemanes. Por el contrario, Bélgica, Francia o Inglaterra fueron halladas inocentes. Lo mismo España, causante, según fuentes del MIT, del más espantoso de los genocidios, el de los indígenas de las culturas americanas.
La culpa, como el incesto, resiste las más diversas definiciones. En otro diccionario de la Universidad de Oxford, uno pensado para los estudiantes avanzados del inglés, el Oxford Advanced Learner’s Dictionary of Current English, se habla de la culpa como la “condición de haber actuado mal”. Pero haber actuado mal, o lo que para nosotros sería actuar mal, no es suficiente para sentirse culpable. No al menos entre los griegos de la edad heroica. Orestes, con quien Hamlet ha sido comparado, después de dar muerte a Egisto y Clitemnestra, su madre, confiesa no padecer ningún sentimiento de culpa. En el segundo cuadro de Euménides, Orestes, postrado ante la imagen de Atenea, exclama:
¡Oh, Palas! Tú has salvado mi casa; tú me restituyes a aquella patria de la que yo estaba privado. Y dirán los helenos: “Ahí tenéis al hijo de Argos, que ha recobrado posesión de la hacienda de sus padres gracias a Palas y Apolo”. Me marcho ya a mi patria.
Y se va.
Orestes no es culpable, ni se siente culpable. No puede ser juzgado por la simpleza chata del Diccionario de la Real Academia. Que habla de culpa como, “falta más o menos grave, cometida a sabiendas y voluntariamente”, a saber, todo lo que hizo el hijo de Agamenón. Para los griegos, al menos desde Homero hasta Esquilo, el héroe no conoce la culpa, actúa por necesidad, como Ulises con los pretendientes. No quiere decir que no exista el castigo. La trasgresión es castigada las más de las veces. Como la hibris, pero ni siquiera la hibris produce sentimientos de culpabilidad en el héroe. Agamenón no siente culpa cuando secuestra a la hija del sacerdote de Apolo y la peste se apodera de sus ejércitos. Su terquedad será vencida, aunque no porque se sienta culpable. Al día siguiente de restituir a la joven, el “pastor de hombres”, como se recuerda, se trae a su tienda a la Briseida de Aquiles. Tiempo después la restituirá, aunque no por un sentimiento de culpa, lo que lo decidió fue el vano intento de volver al molesto héroe al campo de batalla.
Tal vez haya sido Esquilo el último gran dramaturgo de la “cultura de la vergüenza”. No estoy seguro. De lo que sí estoy seguro es que Shakespeare, con Sofócles, es el más grande poeta dramático de la “cultura de la culpa”. Sófocles, seguidor de un culto politeísta en franca decadencia, y Shakespeare formado en prácticas religiosas monoteístas. Para ambos, la culpa es una enfermedad que transforma a los héroes en víctimas llámese Edipo o Hamlet. Hamlet, la obra, es una tragedia cristiana. Allí cada quien es libre de sus actos, de eso se trata el libre albedrío. “Se pudo no pecar, pero también se pudo pecar”, recuerda San Agustín. “Se pudo no vengar, pero también se pudo vengar”, agrego yo. En cualquier caso, el hombre, en la tradición judeo-cristiana ya nace culpable. Una condición inimaginable para un griego de la época heroica. Y con razón. Se trata de una de las nociones más arbitrarias de cultura alguna. ¿Culpable de qué?, preguntaría el habitante de Atenas o Tebas. No obstante, las analogías entre Hamlet y Orestes son varias e inquietantes. En ambas tragedias la acción se desarrolla alrededor de la imagen del padre muerto, padre y rey, por añadidura. Ambos fueron asesinados por alguien de la misma sangre: por su primo Efisto, el griego; por su hermano Claudio, el danés. Las dos reinas viudas se unen en matrimonio o concubinato con los asesinos. Y, tanto en la lejana Argos, como en la fría Dinamarca, el príncipe heredero es obligado a encargarse de la venganza. Ni Orestes ni Hamlet son los héroes más indicados para la empresa. Carecen de la determinación de Áyax o Héctor, no poseen la obstinación de Aquiles ni la astucia de Ulises. Al final, la diferencia más notable entre las dos tragedias es producto de las culturas religiosas de sus autores. El pagano Esquilo permite que Orestes siga con vida. Una decisión que el cristiano Shakespeare no es capaz de compartir. El dulce príncipe ha de morir de la manera más violenta. Para los que lo conocemos bien, y lo amamos, es claro que tanto “sound and fury” en la última escena, apenas sirvieron para disimular la realidad tan dolorosa de ese “rápido hundimiento”. Esa forma tan poco disimulada de suicidio que es lo más natural que atrajera la atención de los grandes románticos alemanes y británicos.
Por Alejandro Oliveros | 11 de Julio, 2011
«Pues ¡Ved ahora qué indigna criatura hacéis de mí!
Queréis tañerme; tratáis de aparentar que conocéis mis registros;
intentáis arrancarme lo más íntimo de mis secretos, pretendéis sondearme,
haciendo que emita desde la nota más grave hasta la más aguda de mi diapasón;
y habiendo tanta abundancia de música y tan excelente voz en este pequeño órgano,
vos, sin embargo, no podéis hacerle hablar.
¡Vive Dios! ¿Pensáis que soy más fácil de tocar que un caramillo?
Tomadme por el instrumento que mejor os plazca,
y por mucho que me trasteéis,
os aseguro que no conseguiréis sacar de mí sonido alguno.»
Hamlet, Acto III, Escena 2
º
Aunque no es una persona real, Hamlet es todo un carácter, existiendo una serie de rasgos que son definidos como hamletianos. Al acercarnos a él tratando de elucidar las razones ocultas de su extraño comportamiento, debemos tener presente que es un personaje muy abierto, que puede tomar diversas formas sin dejar de ser el mismo. De hecho, no sólo está el Hamlet de cada actor sino, inclusive, el de otros autores, como el de Jules Laforgue, por poner un ejemplo, del que Maeterlinck ha podido decir que en ocasiones resulta más hamletiano que el de Shakespeare.
Desde el comienzo de la obra Hamlet se muestra profundamente deprimido y en las primeras palabras que pronuncia cuando está solo manifiesta un ansia de morir: ¡Ah, si esta carne demasiado, demasiado sólida se fundiese, se derritiese y se disolviese en un rocío! ¡Oh si el eterno no hubiera fijado su ley contra el suicidio! ¡Oh Dios, oh Dios! ¡Qué fatigosas, rancias e inútiles me parecen todas las costumbres de este mundo! ¡Qué asco me da! ¡Ah, qué asco, qué asco! Este largo soliloquio finaliza con reproches a la Reina Gertrudis por su precipitación en contraer un nuevo matrimonio, que le ha hecho cambiar bruscamente la imagen que tenía de ella, llenándolo de perplejidad y amargura.
Pero aunque sueña con la muerte, Hamlet teme que ella sea una pesadilla de la que no sería posible despertar. El conflicto trágico arranca desde el momento en que se le aparece el espectro del padre y le revela que ha sido asesinado por su hermano, el actual Rey y esposo de la Reina. Apelando al amor filial exige ser vengado con la muerte de Claudio. Hamlet se precipita a acatar el mandato pero luego dará muchos rodeos antes de realizar lo prometido.
Se ha discutido mucho si el espectro es o no es una alucinación de Hamlet. Aunque los primeros en verlo son Horacio y Marcelo, también es cierto que su aparición responde a un deseo previo de Hamlet, quien dice a Horacio: Mi padre…me parece ver a mi padre. ¿Dónde, señor? En la visión de mi alma, Horacio. En ese momento éste le dice que cree haberlo visto esa noche, por lo que podríamos suponer que es Hamlet quien al invocar al padre provoca su retorno como muerto vivo. Más adelante, cuando sus amigos tratan de evitar que siga al espectro, Horacio dice: Se vuelve frenético con sus imaginaciones.
La sombra del padre vuelve a presentársele en la escena del Acto III que se desarrolla en la habitación de la Reina, la que al no ver con quién él está hablando piensa que está loco: Ay, cómo estás tú, que pones tus ojos en el vacío y conversas con el aire sin cuerpo?, dice Gertrudis. Esta escena, que podría ser un argumento a favor del carácter alucinatorio del espectro, sin embargo no lo es, pues como nos lo recuerda A.C.Bradley, los fantasmas de la época isabelina podían limitar su aparición a una sola persona. De todas maneras, más que un habitante de otros mundos, la sombra del padre es algo que se halla en el alma de Hamlet, en su ánimo sombrío y en sus oscuros presentimientos.
Hamlet y Edipo.
La mayoría de los estudios psicoanalíticos han tratado de explicar la tardanza de Hamlet en dar cumplimiento al mandato del espectro paterno; consideran que padece una inhibición incomprensible, tanto para los espectadores como para el propio protagonista. Freud, que desde sus primeros trabajos trató de comprender el arte y la literatura a partir de sus descubrimientos, interpretó que lo que inhibe la acción de Hamlet es la culpabilidad inconsciente, pues no puede castigar en el Rey Claudio lo que coincide con sus propios deseos parricidas e incestuosos reprimidos y siempre activos de su infancia.
Aunque en Esquema del psicoanálisis, de 1938, reafirma que ha solucionado el enigma del irresoluto príncipe danés refiriéndolo al complejo de Edipo, esa temprana explicación no debería haber sido plenamente satisfactoria para el autor de Duelo y melancolía, de Más allá del principio de placer y de El yo y el ello.
Lacan no seguirá a Freud en su interpretación basada en la culpabilidad edípica inconsciente, por considerar que esta última podría haber servido para explicar no sólo la inhibición de Hamlet sino también el efecto opuesto, es decir, una precipitación en consumar la venganza, que habría aplacado su propia culpabilidad al castigar fuera de sí mismo al verdadero culpable.
En su seminario El deseo y su interpretación, de 1958-59, tomó como objeto de estudio el personaje de Hamlet y trató de dilucidar sus «vagabundeos» desde la teoría del falo, que ocupa un lugar central en la estructuración del deseo. Señaló que tras el desprecio y la desvalorización que hace de Claudio, Hamlet intenta ignorar que debe haber algo bastante fuerte que une a la Reina Gertrudis con su actual marido, el que por tener lo que ella desea encarna al falo, significante de la potencia que él no osa destruir. Para Lacan este es el punto alrededor del cual gira y vacila la acción de Hamlet.
Esta interpretación plantea, a mi modo de ver, algunos interrogantes. ¿No se dice , acaso, que también había algo bastante fuerte que unía a la Reina con su difunto esposo? Sí, ella se colgaba de él como si el deseo se hubiera aumentado con aquello de que se nutría, y, sin embargo…dice Hamlet en su primer soliloquio. Sin embargo, Gertrudis no hizo duelo por la muerte del Rey, lo que nos desconcierta tanto como a su hijo, porque da la impresión de que no se le ha perdido algo significativo, o de ser una mujer sin falta. Tal vez ella no había estado tan colgada de su primer marido como creía Hamlet, movido quizás por el deseo de sostener a la pareja formada por el Padre Ideal y la Madre Fálica, pareja poseedora de todas las perfecciones y poderes, de la que no puede hacer el duelo.
Gertrudis es otro personaje problemático y no fácil de describir; aunque manifiesta buenos sentimientos y ama a Hamlet, al que quisiera ver casado con Ofelia, no es seguro que guardara fidelidad a su esposo cuando él vivía ni que no fuera cómplice del asesinato, aunque esta última sospecha tiene escaso fundamento. Es la prisa indecorosa de su madre en volverse a casar lo que escandaliza a Hamlet, pues, como señala E.Wechsler, la madre sobreestimada, que estaba unida al Padre Ideal, se le aparece de pronto entregada a una sexualidad que considera indigna y desenfrenada, y que lo angustia al extremo de proponerle un tratamiento de abstinencia.
Todos se preguntan por qué Hamlet no actúa, pero la situación en que se encuentra no es sencilla, pues ha recibido el mandato de cometer un crimen que es del orden de un parricidio, ya que se trata de su tío y el Rey. Responder a un crimen con un nuevo crimen tampoco parece ser la mejor manera de restablecer la justicia y poner remedio a la podredumbre que había invadido al reino y que puede haber tenido su origen en la muerte de Fortimbrás de Noruega, que perdió en un combate con el Rey Hamlet su vida y sus tierras, ganadas por éste supuestamente en buena ley, según lo que se había pactado. Pero todos no son de la misma opinión, pues el joven Fortimbrás se considera con derecho a recobrar, si es preciso por la fuerza, las tierras arrebatadas a su padre.
N.Abraham, que ha estudiado las influencias transgeneracionales, después de «investigar» el pasado secreto de los personajes de la obra, hizo la conjetura de que en su duelo con Fortimbrás el Rey Hamlet habría utilizado una espada envenenada como la que años más tarde empuñará Laertes. Los efectos patógenos que produce en la generación siguiente la existencia de un secreto familiar inconfesable, que bloquea los procesos de simbolización, explicarían en opinión de este autor la oscuridad de la tragedia y la confusión de Hamlet, a quien no puede resultarle fácil vengar a un padre asesino.
Según J.Herder, citado por S.Viderman, la tarea de Hamlet no podía limitarse a vengar a su padre mediante la muerte del asesino. Para que la venganza estuviera a la medida del crimen, éste debía ser probado y denunciado, aportando la prueba irrecusable de la fechoría de Claudio, impidiendo que el pueblo menospreciara los móviles de la venganza atribuyéndola a una baja rivalidad por la posesión del trono.
Como decía antes, para la mayoría de los exegetas va de suyo que lo que habría que explicar es el aplazamiento de la venganza. En este sentido, ellos han estado tan obsesionados como el propio Hamlet con lo que tendría que hacer. Propongo un cambio de perspectiva que consiste en hacer el esfuerzo de no adoptar el punto de vista del espectro, a quien lo único que le interesa es ver cumplida su venganza, en cuyo caso en vez de preguntarnos por qué Hamlet da tantas vueltas debería parecernos mucho más inexplicable que haya acatado sin oponer reparos un mandato a todas luces insensato, como lo prueba el desenlace de la tragedia en una muerte generalizada. El cambio de pregunta nos abre un panorama distinto.
Hamlet está decidido por anticipado a obedecer, fuera cual fuera la demanda, por lo que desecha los prudentes consejos de sus amigos y no admite ninguna dilación en ir a reunirse con la sombra de su padre. Mi vida no me importa el precio de un alfiler, exclama, y se deja arrastrar hasta un lugar apartado donde el espectro le dice que su obligación es vengarlo. También le dice que está condenado por los turbios delitos que ha cometido, pero Hamlet no pregunta cuales han sido esos delitos ni si han tenido relación con el trágico fin de su vida.
Como ha señalado J.Allouch (1977), Hamlet no quiere saber nada de los defectos del Rey cuando todo su empeño parece puesto en restaurar la figura de un Padre Ideal en el preciso momento en que debería hacer un duelo. Según este autor, hay un no dicho que inaugura toda la tragedia y Hamlet hace un juramento de fidelidad incondicional fundado sobre un no dicho.
Lacan dice que en Hamlet no se habla más que de duelo y destaca el importante papel de los ritos funerarios en la elaboración del duelo, pues producen símbolos que permiten «velar» la pérdida real. Estos rituales no se cumplen del todo en el caso de Polonio ni en el de Ofelia, enterrados precipitadamente para sortear dificultades políticas y religiosas. El Rey Hamlet es un muerto que se resiste a desaparecer, pues quedan cuentas por arreglar, bastando unas pocas apariciones de su sombra para marcar a toda la obra con un aire sombrío que inquieta a la vez que fascina.
Más que la culpabilidad edípica en la que Freud basó su interpretación, encontramos una deficiencia simbólica que se traduce en la sobreinvestidura narcisista de un padre imaginario que retorna como muerto vivo, haciendo imposible el duelo. Se pueden apreciar los efectos invasores de una identificación en la que predomina la dualidad y la confusión de lugares con el objeto, que culmina en una escisión yoica, y que es opuesta a la identificación simbólica, discriminadora, que se desarrolla en el seno de la triangularidad edípica, que es un proceso en el que el yo se separa del objeto y queda diferenciado del superyó y del ideal del yo. Esta identificación es la que puede abrir el camino a la elaboración del duelo.
A mi juicio, corresponde enfatizar que Hamlet y el espectro sellan un pacto perverso, que no sólo está fundado en un no dicho, exigiendo obediencia absoluta sin plantear ninguna pregunta, sino que además es un pacto basado en la muerte y la venganza, que refleja una perturbación de la relación con la función normativa de los imperativos culturales.
Hamlet y Narciso.
Al acatar el mandato paterno sin hacer preguntas ni producir una respuesta que salvaguardara su posición subjetiva, Hamlet refuerza un vínculo narcisista con un objeto idealizado que le ha asignado una misión que él concibe como algo grandioso a lo que estaría predestinado: Los tiempos están desquiciados; ah condenada desgracia ¡haber nacido yo para enderezarlos! En estas palabras se conjugan el sufrimiento y el goce, la condenada desgracia y el ocupar un lugar de excepción, que justifica cualquier sacrificio y convertirse en el brazo ejecutor de la venganza, desestimando las dudas o escrúpulos que pudieran surgir al respecto. La obra que hace representar para poner en evidencia la culpabilidad de Claudio, en la que inserta escenas de su autoría, dice que se titula «La ratonera», título que él inventa y que puede reflejar la situación sin salida en la que se siente inmerso.
Dicha situación es el efecto de la identificación narcisista con un padre mítico que viene a ser una síntesis de Hiperión, Júpiter y Mercurio, imagos grandiosas que vienen a compensar la carencia simbólica de la función paterna. Tanta idealización no está exenta de ambivalencia ni impide que el objeto pueda convertirse en un perseguidor implacable. El reverso de esa figura incomparable es un superyó que exige lo imposible y sin límite, que no va a estar nada satisfecho con la «pereza» de Hamlet, amonestándolo incesantemente; éste, en lugar de cuestionar lo que se le demanda, se autorreprocha llamándose cobarde, flojo, y se enfurece consigo mismo por no poder decidirse. Es la relación narcisista con el padre la que le hace perder su juicio crítico y sus defensas.
Es probable que la enigmática inhibición de Hamlet responda también a la aplastante exigencia del Padre Ideal, al que no puede hacer otra cosa que obedecerlo y decepcionarlo. Su acto debe ser tan perfecto que nunca llega el momento de realizarlo. Cuando encuentra a Claudio rezando piensa que esa es la ocasión de hacerlo bien, aunque no tan bien porque matándolo en ese momento de contrición lo enviaría al cielo; para hacerlo mejor debe esperar a sorprenderlo en estado de pecado y asegurarse de que irá al infierno.
Desearía creer que Hamlet no realiza lo que prometió al espectro por ser la única manera de preservar su libertad y su subjetividad. Después de su juramento, conserva la duda y hasta la esperanza de que todo no haya sido más que un engaño: El espíritu que he visto puede ser el Diablo, y el Diablo tiene poder para tomar una figura agradable, sí, y quizá, por mi debilidad y mi melancolía, como es tan potente con tales espíritus, me engaña para condenarme. Duda también de sus capacidades. Ayer nacido para arreglar el mundo, hoy débil y melancólico ante el Diablo, que es el que tiene los poderes. Una vez confirmada la culpabilidad de Claudio, cuando tiene todos los motivos para actuar, Hamlet se encuentra con su inhibición, con que le falla la voluntad.
Los términos de su juramento de fidelidad tienen algo de autoinmolación a un ser divino: …¿Recordarte? sí, de la tabla de mi memoria borraré todos los recuerdos triviales y necios, todos los dichos de los libros, todas las formas, todas las impresiones pasadas que han copiado allí la juventud y la observación; y sólo tu mandato vivirá en el libro y el volumen de mi cerebro, sin mezclarse con materia más baja: sí, sí, por el Cielo. Aunque la obediencia al padre era mucho más severa en los días de Shakespeare que en los nuestros, en estas palabras hay algo excesivo que sobrepasa al típico sometimiento neurótico a la voluntad paterna.
Hamlet se vacía de sus pensamientos e intereses para llenarse únicamente con el mandato superyoico del espectro, cuyas palabras son un llamado directo a la pulsión, al margen de las funciones normativas y las de autoconservación. El efecto traumático de esas palabras no sólo priva a Hamlet de recuerdos, haciendo imposible el duelo, sino que trastoca toda su organización subjetiva, sostenida en una vida representacional que anuda lo psíquico con lo somático y con la realidad, y cuya alteración produce el desprendimiento de los objetos de investidura, extinguiendo el deseo y liberando pulsión de muerte.
Si antes del encuentro con el espectro Hamlet amaba a Ofelia, a partir de ese momento la trata de una forma despectiva y cruel, abandonándose a un goce sadomasoquista que incrementa el proceso autodestructivo; terminará destruyendo al objeto de su amor y de su deseo que lo ligaba a la vida. Al no haber puesto límites a su entrega a la sombra del padre tampoco puede ponerlos a su agresión, como se aprecia en la escena en que expulsa violentamente a Ofelia de su vida, enviándola a un convento.
No es casualidad que en Duelo y melancolía Freud se acuerde de Hamlet. Al referirse a la autodenigración como rasgo clínico principal de la melancolía, pone como ejemplo una de sus frases: Dad a cada hombre el trato que se merece, y ¿quién se salvaría de ser azotado? Y en otro momento le dirá a Ofelia: Yo mismo, soy medianamente honrado y, sin embargo, me podría acusar de tales cosas que más valdría que mi madre no me hubiera parido. Como es sabido, la autodenigración encubre la denigración del objeto, que ha sido incorporado; la dualidad y la ambivalencia que caracterizan al combate melancólico con el objeto son presentadas en la obra de un modo manifiesto, pues lo que en ocasiones es para Hamlet la sombra venerada del padre, en otras es tratada con burla y desprecio, llamándole viejo topo, buena pieza o el compadre del sótano.
Otro hecho sorprendente es que Hamlet, deponiendo su habitual suspicacia, dé su asentimiento a participar en el torneo organizado por el Rey Claudio, sin sospechar que es una pérfida trampa que le preparan sus enemigos. El sabe con qué intenciones había sido enviado a Inglaterra y que para salvarse debió actuar con astucia, cambiando el despacho real que lo condenaba por otro que enviaba a la muerte a Rosencrantz y a Guildenstern. Regresó a Elsinor reforzado, pues había logrado frustrar los planes de Claudio; sin embargo, es éste quien vuelve a tomar la iniciativa, ya que Hamlet no emprende actividad alguna. Horacio le advierte que perderá esa apuesta, a lo que responde que tiene un mal presentimiento. Si a vuestro ánimo no le gusta una cosa, obedecedle, replica Horacio, pero una vez más serán inútiles las advertencias de quienes tratan de protegerlo: Si esta es la hora, vendrá de todos modos; estar dispuestos es todo, puesto que nadie es dueño de lo que deja.
Finalmente, la tan anunciada muerte del Rey no es el resultado de un plan meditado por Hamlet, sino la consecuencia inevitable de una serie de sucesos inesperados y repentinos, totalmente independientes de su voluntad.
Cuesta seguir a Lacan cuando afirma que en la escena del cementerio en la que Hamlet salta a la fosa y lucha con Laertes, se produce el levantamiento de la procrastinación (dilación del acto) debido a que en un santiamén hace el duelo de Ofelia y accede a una efectiva posición de sujeto deseante. Lacan valora positivamente que Hamlet pase a la acción, pues considera que su problema es que no actúa. Su interpretación es, a mi modo de ver, bastante optimista, pues la reacción de furia agitada de Hamlet más que una superación de la procrastinación parece representar la otra cara de la inmovilidad melancólica. Por un lado, nadie cree a Hamlet cuando, completamente trastornado, alardea ante Laertes de haber amado a Ofelia como cuarenta mil hermanos. Por otro lado, es difícil admitir que el duelo consista en un acto y no en un trabajo intrapsíquico que requiere su tiempo. Tanto la agresión a Laertes como la fuerza fatídica que lo impulsará a participar en el torneo pergeñado por Claudio, cuando presiente que va a morir, no parecen ser expresión de un deseo liberado por la realización del duelo. Haciendo una lectura más atenta del texto, L.Vigotski subraya la diferencia: Hamlet dice estar dispuesto a batirse, que no es lo mismo que estar decidido.
Aunque sea posible encontrar síntomas obsesivos y también histéricos en Hamlet, lo que parece predominar es la patología narcisista, presentando una estructura melancólica caracterizada por el conflicto entre el yo y el superyó, y que Freud (1924) consideró como el paradigma de las neurosis narcisistas, distintas de las neurosis de transferencia y de las psicosis. En estas neurosis hay una regresión al narcisismo primitivo o una insuficiente reorganización edípica del narcisismo. La identificación narcisista se hace en desmedro de la investidura objetal, a pesar de lo cual la ambivalente relación con el objeto se mantiene desplazada al interior. La defensa melancólica no repudia la realidad, como ocurre en las psicosis, sino que la despoja de toda ilusión por un retiro de libido que también empobrece al yo.
Diversos autores postfreudianos asimilaron el narcisismo a las psicosis e incluyeron a la melancolía dentro de las «depresiones psicóticas», privándola de su posición intermedia que la relaciona con las otras entidades clínicas e ignorando que su estructura psicopatológica es tan cercana a la de las psicosis como a la de la neurosis obsesiva. Como se comprenderá, utilizo como referencia la nosografía freudiana de 1924, pues no hubiera empleado el término melancolía si ello implicara considerar a Hamlet como psicótico. De todas maneras, la enigmática personalidad de Hamlet trasciende a nuestros esquemas psicopatológicos.
Hamlet y el bufón.
¿Y si la locura de Hamlet fuera más simulada que verdadera, no otra cosa que un papel conscientemente asumido? ¿Su predilección por el teatro no le hará confundir la vida con una representación escénica? Su locura es menos que locura y más que fingimiento, según T.S.Eliot. Muchas veces se hace el loco para burlarse y desconcertar a quienes le rodean, actuando de una manera bufonesca. Podría decirse que se comporta como el fool de la obra, recurriendo a juegos de palabras o frases enigmáticas que el traductor debe explicar para que el lector pueda entenderlas. Cuando Rosencrantz le pregunta dónde está el cuerpo de Polonio, responde: El cuerpo está con el Rey, pero el Rey no está con el cuerpo. El Rey es una cosa…
Y poco después tiene lugar el siguiente diálogo:
Rey.- Ea, Hamlet, ¿dónde está Polonio?
Hamlet.- En una cena.
Rey.- ¿En una cena? ¿Dónde?
Hamlet.- No donde come él sino donde es comido: cierta asamblea de gusanos políticos están ahora mismo con él…
El bufón es ante todo el loco, el guardián del lugar de la verdad, según Lacan, y Hamlet desempeña ese papel, al punto de presumir de loco. Antes del torneo final, al pedir excusas a Laertes por el incidente del cementerio, dice: Todos los presentes saben y por fuerza lo habéis oído decir, que he sido castigado con una lamentable locura. Puede hablar de la muerte de Polonio con gran distanciamiento e ironía, del mismo modo que puede hablar de su propia locura, mientras que otras veces las palabras irónicas se mudan en reproches violentos, sobre todo cuando se dirige a su madre. Asimismo, las ambigüedades y sutilezas pueden ser dejadas de lado para presentar la cuestión de la verdad al desnudo, sin ambages, como expresión del pesimismo incurable de un temperamento melancólico.
En la escena del cementerio es notable la emoción que le produce el recuerdo de Yorick, el bufón del Rey, que le hace evocar su infancia y tiempos más felices: ¿Dónde están ahora tus burlas, y tus cabriolas, y tus canciones, y tus chispazos de alegría, que solían hacer a toda la mesa lanzar una risotada? Tampoco es mera casualidad que el Hamlet de J.Laforgue sea hermano por parte de madre de Yorick, hijos ambos de una hermosa gitana que echaba la buenaventura.
G.Míguez y S.Quirici, que han estudiado la función del bufón en Shakespeare, su diversidad y evolución, subrayan que el bufón shakespeareano es un personaje cómico y obsceno sólo en la vertiente del clown dry, pero no lo es en absoluto en el tipo sly, cuya astucia y sutileza lo convierten en el más lúcido de los personajes de determinadas obras. El primero, en tanto que provocador de la risa, estaba llamado a satisfacer al gusto popular, pero Shakespeare continuó enriqueciéndolo con nuevas perspectivas hasta llegar al bufón de El Rey Lear, que para las citadas autoras es el más elaborado, y que a diferencia de los otros no tiene la actitud de desapego e indiferencia afectiva ante los sucesos dramáticos que tienen lugar en su entorno.
Según A.C.Bradley, Hamlet es el único de los héroes trágicos que puede ser considerado como un humorista. El humor es para él una forma de buscar la indiferencia y encontrar un alivio a su ánimo demasiado cargado. A través del humor denuncia una realidad a la que a la vez trata de tomarla de otra manera y perdonarle su contraste con el ideal. Aunque bromee frecuentemente, Hamlet conserva un aire serio y no actúa como un payaso que trata de mitigar el infortunio haciendo reír, sino que con toda su verbosidad y su sarcasmo meditado presenta una desgarrada visión de la realidad. Por un lado, posee el distanciamiento que le permite denunciar la ambición de poder que conduce al crimen, pues él no se muestra interesado en convertirse en Rey y, por otro, está completamente identificado con la causa de su padre muerto, al extremo de sacrificar su bienestar y su vida por cumplir la misión imposible que le ha sido encomendada.
Al comienzo de la obra Laertes dice a Ofelia que no debe confiar en las promesas de Hamlet, que es vasallo de su nacimiento y no dueño de su voluntad, pues debe ceñirse a los votos y consentimientos de ese cuerpo de que él es cabeza. Pero estas palabras de advertencia son desmentidas por el comportamiento de Hamlet, que no piensa ni actúa como correspondería a su condición de príncipe, sino que se ubica en una posición de cierta marginalidad desde la que cuestiona las costumbres y las normas de la corte, con la que no se muestra identificado. Es un príncipe peculiar hasta la anomalía.
¿Cuál de las distintas facetas de nuestro protagonista se aproxima más al corazón de su misterio? Al empeño de los psicoanalistas en atraparlo en las redes de nuestras teorías, Hamlet podría replicar lo mismo que a quienes pretendían arrancarle su secreto. ¿Piensas que soy más fácil de hacer sonar que una flauta? Al final debemos soltar la presa, pues no hay fórmula explicativa que consiga capturar el alma del desdichado príncipe, cuyo misterio y encanto se han conservado y perdurarán a lo largo de los siglos.
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Texto Original: Carlos Sopena
Según la estima de Freud, en la obra sobre Hamlet se encuentran las mismas raíces que en Edipo Rey, de Sófocles. La dificultad del personaje de Shakespeare para cumplir con el mandato paterno de matar a su tío se debería a que en su infancia -y sin saberlo ahora- habría anhelado ejecutar tal crimen. Consecuentemente, la frase de Hamlet “la conciencia nos hace a todos culpables”,es interpretada por Freud como “sentimiento inconsciente de culpabilidad”. Lacan, en tanto, encuentra una diferencia: mientras Edipo mata al padre y se casa con la madre sin vacilar pero sin saber que son ellos, Hamlet es arengado por el fantasma del padre. Ese saber del otro, según Lacan, tiene como efecto que el acto de Hamlet se dilate y postergue. De lo que se infiere que mientras en la tragedia antigua el acto se realiza porque no se sabe, en la tragedia moderna el saber interfiere la ejecución.
Freud se refiere a Hamlet en La interpretación de los sueños afirmando que tiene las mismas raíces que Edipo Rey. En ambos se juega el complejo de Edipo, complejo en función del cual se articula toda acción humana.
Para Freud, la dificultad de Hamlet para cumplir con el mandato de matar a su tío –asesino de su padre- se explica en tanto él mismo, en su infancia y sin saberlo ahora, quiso ejecutar tal crimen. Por eso, va a interpretar la frase de Hamlet: “la conciencia nos hace a todos culpables”, como un “sentimiento inconsciente de culpabilidad”.
Lacan, en El deseo y su interpretación, va a decir que, entre Hamlet y Edipo, hay algo que marca una diferencia entre las dos tragedias y es que “Edipo no sabía», lleva a cabo todo su accionar no sabiendo. Edipo mata a su padre y se casa con su madre sin ningún tipo de vacilación, pero también sin saber nada de lo que hace.
En Hamlet el padre viene del más allá y le pide al hijo que vengue su muerte. Es un padre que sabe sobre su muerte y sobre lo que su hijo tiene que hacer. Como dice Lacan, aquí el crimen edípico es sabido por el otro, surge de quien es la víctima para ponerlo en conocimiento del sujeto. Ese saber del otro, genera como efecto que el acto de Hamlet se dilate y postergue.
Mientras en la tragedia antigua se realizaba el acto porque no se sabía, en la tragedia moderna el saber interfiere en la ejecución del acto.
En Hamlet encontramos un padre que viene del más allá a decir lo que el sujeto tiene que hacer. Pero, si hay algo que sucede por la castración es entender que el Otro no sabe. Entonces Hamlet no puede actuar por el saber del Otro. Eso es lo que Lacan encuentra como diferente con relación a Edipo.
Para el Psicoanálisis, la constitución del objeto del deseo tiene que ver con el duelo, o sea, con la castración. Algo debe perderse.
En Hamlet encontramos una dificultad para la constitución misma del deseo, pues no hubo duelo. De lo que hay ausencia en Hamlet es de la operación de duelo, de la operación de la inscripción de una falta. Desde el principio mismo de la obra, Hamlet se queja de la ausencia de duelo con su amigo Horacio: “Los manjares cocidos para el banquete del duelo, sirvieron de fiambres en la mesa nupcial”.
¿Cuál es el síntoma que se presenta en el texto? La procrastinación, término que alude al aplazamiento, la postergación. Hamlet tiene un acto que cumplir y no lo cumple.
Hay un personaje que obtura el camino para que Hamlet pueda realizar su acto: la madre, pues, según Hamlet, no respeta el duelo por su padre. Hamlet necesita servirse de una representación, de una ficción, de una play scene, escena que se representa dentro de la obra. Esta escena no es para que Claudio caiga en la trampa, sino que Hamlet intenta, por la vía de la “re-presentación” de la escena sobre la escena, reubicarse él. Hay algo ficcional que es necesario para el sujeto. Lacan va a decir que es en la play scene, donde Hamlet intentará dar cuerpo al deseo, pasar por cierta corporización, animarse imaginariamente. Necesita hacer una operación en lo imaginario, y la intenta poniendo un actor a representar el asesinato. O sea, se representa a sí mismo cometiendo el crimen que intenta llevar a cabo pero que no asume. La play scene muestra la estructura de ficción que tiene toda verdad, la necesidad de pasar por una ficción para situarse en relación a la verdad del deseo.
Es al final de la obra que encontramos la otra escena crucial: la escena del cementerio, que se desarrolla durante el entierro de Ofelia. Laertes, hermano de Ofelia, se lanza sobre la tumba y estrecha en los brazos a su hermana muerta.
Es importante destacar que es recién ahí, donde Hamlet, presentándose como “Hamlet el danés”, comienza a forcejear con Laertes y, en ese movimiento, Ofelia se convierte en su causa.
La diferencia entre la play scene y la escena del cementerio radica en que la play scene está montada deliberadamente. Aún así nos mostraba que la verdad del deseo tiene estructura de ficción, pero es un montaje deliberado. La escena del cementerio es inesperada, sorpresiva, contingente, pues se produce más allá de la voluntad del sujeto, y funciona bajo el signo del velo.
En la escena del cementerio, ¿qué es lo que se están disputando? Quien era la falta de Ofelia. Eso es lo que lo lleva a actuar y ahí “se olvida” del padre, de la madre y actúa: hace lo que tenía que hacer.
Lacan dirá que si Ofelia funciona motorizándolo y poniéndolo en marcha en relación con su acto, es porque, de algún modo, está en el lugar del falo, de eso que falta y motoriza. A partir de que Ofelia pasa a encarnar el objeto perdido, el falo se pone en circulación nuevamente.
Hamlet se orienta en el campo del deseo porque -luego de ver en la play scene al actor “asesinando” a Claudio- ve, en la escena del cementerio, a Laertes “destrozado” porque le falta Ofelia. Este rival, que también era su amigo, es un rival digno, lo cual le permite posicionarse, en relación a Laertes, en una identificación diferente.
Lacan dice: “se hace hombre de golpe”. A partir de ahí, se encausa por el camino que le permite hacer lo que debe hacer. El deseo no es hacer obedientemente lo que el Otro pide, porque, mientras la palabra del Otro venía como mandato del padre, él no podía llevar a cabo su acto.
Hamlet siempre había dicho que no tenía nada que ver con Dinamarca, y ahora aparece responsabilizándose respecto de lo que dice: “Soy yo, Hamlet, el danés”.
Al final de la obra, cuando mata a Claudio, ya no está cumpliendo la voluntad del padre, sino que está haciendo lo que él debe hacer en su dignidad de príncipe de Dinamarca a quien le han matado a su padre, el rey.
Vemos, entonces, cómo esta obra empieza por un duelo no realizado y concluye en un duelo que, al realizarse, posibilita en Hamlet un reposicionamiento que le permite llevar a cabo su acto.
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Trabajo presentado en las V Jornadas de Investigación en Psicoanálisis de la Escuela de Graduados y de la Maestría en Psicoanálisis de la Universidad Kennedy: “Ética del Psicoanálisis y Siglo XXI”
es preferible morir dos veces a hacerse odiar y temer;
tal ha de ser, algún día la suprema máxima
de toda sociedad organizada políticamente.
Nietzsche
La Lucha del Ser y el Poder de las Pasiones intenta mostrar el papel que ha desempeñado la tragedia en esferas tales como la estética y la política. A tal fin, la idea es ver, en rasgos generales, la relación existente entre tragedia y pensamiento político moderno. Al mismo tiempo se explorará la influencia de la tragedia misma en la obra de arte y su desempeño en la teoría psicoanalítica.
Para ello me valdré del criterio político, amigo-enemigo de Carl Schmitt y principalmente de la obra de William Shakespeare (1564-1616), Hamlet, no sólo por ubicarse entre dos teóricos políticos como lo son Nicolás Maquiavelo (1469-1527) y Thomas Hobbes (1588-1679) sino también por encontrarse entre dos estilos artísticos reveladores de la estética mundial, a saber: el estilo renancentista y barroco.
También guiarán éste estudio el pensamiento de Sigmund Freud (1856-1939), para poder establecer a posteriori la relación existente entre la obra de Sófocles (497-405 a.c), Edipo Rey, el Complejo de Edipo y Hamlet. Por otra parte la teoría estética de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) y Kant Emmanuel (1724-1804) servirán para observar la incidencia de la obra de arte en la construcción de la subjetividad.
Algunas nociones importantes a la hora de leer Hamlet: La Obra magistral de William Shakespeare (1564-1616)
Estudiar la obra de Shakespeare no es una tarea sencilla. No sólo por su magnífico sentido de la creación en lo que a los personajes hace, sino también por el notable y destacado uso que realiza del lenguaje.
Pero más allá de esto, su estudio se torna aún más complejo si tenemos en cuenta que el momento de la literatura shakesperiana no puede descuidar el fondo histórico nacional. ¿Por qué? Porque la época en la que escribía dicho autor era una época un tanto cerrada y confinada y en donde los problemas del individuo eran inseparables de los problemas del estado.
William Shakespeare nace en 1564 bajo el reinado de Isabel y muere en 1616 cuando Jacobo I ocupaba el trono. Durante ese período Inglaterra conformaba un Estado con escasa población. Al constituirse en una de las primeras potencias mundiales alcanza un grado sorprendente de prosperidad material y brilla en el dominio de las letras produciéndose un súbito y extraordinario florecimiento de autores dramáticos, de poetas, de músicos y de pensadores.
El reinado de Isabel se caracterizó por ser el centro de intrigas, confabulaciones, revueltas, ejecuciones y asesinatos, sucesos que al mismo tiempo actuaron como inspiradores del arte de la época.
Por tales motivos, el rasgo dominante de la Inglaterra de Shakespeare fue una situación paradojal en la que se combinaron brutalidad de las costumbres con refinamiento de la cultura. Además, fue una época de marcado individualismo, propio del Renacimiento y emanada de las reflexiones filosóficas sobre el hombre.
Ahora bien, retomando el uso del lenguaje la obra de Shakespeare es reveladora, entre otras cosas, por el poder exacto del uso de la palabra.
Tal como lo expresa Foucault, la preocupación de la sociología por la literatura parte de la crisis de representación que se inaugura durante la primera industrialización, lo cual demuestra que como proceso social, la literatura, implica mucho más que personajes y contenidos. La literatura conlleva una serie de herramientas -fundamentalmente en lo que hace al uso del lenguaje- que inquietan, atrapan o desinteresan al lector de forma inmediata.
La relación entre relato y público; entre lector y escritor son fundamentales para el éxito o fracaso de una obra de arte. Por tal motivo, el uso alegórico hace de Hamlet una pieza aún más atrapante y reveladora de su contexto histórico.
Como tragedia se esconde tras la belleza de las palabras intercalando provocación y encantamiento mediante un sentimiento que recorre la obra de principio a fin, el sufrimiento.
La multiplicidad de palabras es característica de la obra, puesto que mediante un juego de palabras ciertamente patético, observamos como Hamlet piensa mientras habla.
Entre monólogos y diálogos la pieza de Shakespeare transcurre entre el “duelo” y la melancolía. Hamlet humilla permanentemente a Polonio entablando un dialogo con características de “duelo”. Mientras enloquece a Claudio mediante un juego de palabras y un duelo verbal.
Sus monólogos dejan entrever la melancolía por la que Hamlet atraviesa en su lucha entre el accionar y el no accionar contra quien cree asesinó a su padre.
Vale decir también, que las metáforas que se emplean en Hamlet se encuentran íntimamente relacionadas con el sentido del oído, más que nada si consideramos que en esta obra de Shakespeare nadie cuenta lo que oyó porque son todas murmuraciones. Es por este último hecho que podemos comprender el porque de la supervivencia, por ejemplo, de Horacio. Quien tiene que contar lo que pasó y sobrevive, ya que como dice él mismo “solo creo en lo que ven mis ojos.”
Hamlet entre la Política y la Tragedia.
Para ampliar brevemente el concepto de tragedia, veremos como la misma no sólo aparece manifiesta en el arte sino también en la vida política, ya que con el advenimiento de la modernidad, las garantías trascendentales del hombre desaparecen y la política comienza a reflejar de manera más aguda su componente trágico. Además, se produce un quiebre entre lo que conocemos como tragedias griegas, las cuales transcurrían en un tiempo fuera del tiempo y las luchas que caracterizaban el teatro isabelino, pero a su vez, con el renacimiento se produjo un quiebre entre la tragedia y la vida social.
Siguiendo la definición de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) la tragedia podría ser definida como el aparato central de la vida política. Tanto es así que Nicolás Maquiavelo (1469-1527) y Thomas Hobbes (1588-1679) son los autores que inauguran el pensamiento político moderno, ya que en las teorías de ambos la idea de tragedia se hace visible.
En Maquiavelo podemos apreciar dos tragedias: la primera es la tragedia de los valores y la segunda es la tragedia de la acción (momento subjetivo de la política). Como pensador moral Maquiavelo descubre que la política contiene una moral, es decir, existe una moral que es cristiana pero a su vez existe la moral de la política que nos invita a construir Repúblicas Fuertes. Tanto es así, que lo que hay que hacer es decidir entre diferentes sistemas morales, por lo que elegir uno implica renunciar a otro, entendiendo entonces que la elección implica la pérdida de algo en el camino y esa elección- pérdida es lo que perturba al ser humano y nos marca la tragedia perturbadora de Maquiavelo en su tragedia de los valores.
Por su parte, la segunda tragedia, la de la acción, nos invita a pensar que no solo se trata de elegir entre valores casi incompatibles sino que también, una vez que se elige, tal elección puede no ser la adecuada. Esto último es lo que nos demuestra que no siempre podemos tener garantías con respecto a nuestra elección.
Hobbes, considerará que la teoría política no es lo central sino más bien las instituciones, dado que las mismas constituyen el momento objetivo de la política.
Mientras este contractualista establece que son tres los móviles que llevan al hombre a estar en estado de guerra: LA DESCONFIANZA: para lograr seguridad; LA COMPETENCIA: para lograr un beneficio y LA GLORIA: para lograr reputación; en Hamlet podemos ver que las motivaciones fundamentales que llevan a los personajes a estar enfretados son: la justicia, la venganza, la culpabilidad, la corrupción, la ignorancia de sí mismo, el amor sin límites, la mentira, la decadencia, el orgullo, la voluntad de poder desmedida, la envidia, la tiranía, pero por sobre todas las cosas, los tres motivos que aparecen en Hamlet para matar son: la vida, la corona y la mujer (objeto de disputa y deseo).
Por tales razones Hobbes dice que en la medida que no exista un poder común que atemorice a todos los hombres, los mismos se encontraran en estado de guerra, de todos contra todos, el cual subsiste en tanto que los hombres se pelean porque son objetos deseantes, se pelean por naturaleza y es aquí precisamente donde aparece el carácter trágico (nada puede impedir el peor desenlace). Sólo se puede salir del Estado Naturaleza mediante la firma del pacto, de lo contrario al no estar garantizada la obediencia lo peor puede suceder en cualquier momento.
“(…) De ahí que, en Hamlet, la figura de la guerra no sirva sólo para caracterizar las situaciones de lucha entre los hombres, los grupos o los pueblos, sino también, más allá o más acá (según un juego de espejos, típicamente renacentista, que permite pensar a los individuos, a la sociedad y al cosmos como niveles o dimensiones de un mismo ser, y a cada uno de ellos, por lo tanto, como metáfora o expresión de los demás), para caracterizar -en una dirección- ciertos fenómenos naturales o atmosféricos, y para describir -en la otra- el estado del alma de los protagonistas.”
La inseguridad, visible no sólo en el estado de naturaleza hobbesiano sino también en Hamlet es lo que lleva a los sujetos a dudar entre matar y no matar, a estar entre dos imperativos morales antagónicos. Hamlet inventa todas las excusas posibles para no matar; sin embargo la constitución de un enemigo parece ser inevitable en las tragedias así como también en la vida política. Tengamos en cuenta que la necesidad de construir un criterio de lo político que difiriera de criterios morales, estéticos, etc, llevaron a Carl Schmitt a encontrar la distinción entre amigo-enemigo, por lo que potenciales o no los enemigos son los que llevan a los sujetos en tanto morales a preservar su vida y ponerlos frente a la disyuntiva de matar o no.
La situación de duelo en Hamlet es lo que marca, entre otras cuestiones, esta necesidad de la que venimos hablando, la de constituir al enemigo.
Como tomó por enemigo a Claudio y en cierto modo a su propia madre -por la muerte de su padre- también tomó por enemigo a Laertes -hermano de Ofelia- a quien insultó desmesurada e injustamente en el sepelio de su amada.
Todo esto puede explicarse si entendemos el duelo como una instancia sumamente dolorosa de la vida anímica.
Dirá entonces Sigmund Freud (1856-1939) “El duelo intenso, reacción a la pérdida de un ser amado, integra el mismo doloroso estado de ánimo, la cesación del interés por el mundo exterior (…), la pérdida de la capacidad de elegir un nuevo objeto amoroso (…) y al apartamiento de toda actividad no conectada con la memoria del ser querido.”
Independientemente de que Hamlet se presenta como un personaje desinteresado de la política y cuestiona en el transcurso de la pieza el orden social establecido en Dinamarca, casi sobre el final de la obra muestra que él también tiene aspiraciones políticas, principalmente cuando dice no textualmente que “es como loco y no disimulando mi locura que vengo a luchar por el poder.”
Por lo tanto comprendamos que si no hay un enemigo no existe la vida política en términos de Schmitt. Convengamos que aquí hablamos de enemigos en un sentido más bien figurado, no tanto como enemigo público pero tampoco como mero adversario. Sin embargo entendemos que en Dinamarca hay un estado excepcional, puesto que los crímenes no se resuelven y la verdad no está nada cerca, lo cual se debe al accionar de Claudio, quien en la teoría schmittiana sería el soberano y por ende el que decide sobre ese estado que tiene que ver principalmente con la suspensión momentánea de la normalidad que hace posible que las normas sean aplicadas.
Pues en Hamlet, la política está presente en todo momento porque en todo momento hay hombres enfrentados y como dijimos anteriormente lo que enfrenta al hombre es el poder que tienen las pasiones.
Por lo tanto, la mayor obra de Shakespeare, Hamlet, no sólo recoge “los ecos del «descubrimiento» maquiaveliano del carácter trágico de la política. También anticipa algunas de las intuiciones que medio siglo después desarrollaría el autor del Leviatán alrededor del problema fundamental del orden. Ese orden es el que, ausente durante los cinco actos de Hamlet, parece anunciarse, al final, de la mano de la figura redentora de Fortimbrás.”
¿Complejo de Edipo en Hamlet?
Pensar que una obra de arte pueda abarcar muchos temas y que todos ellos tengan un punto de convergencia parece ser algo no demasiado sencillo. Sin embargo en Hamlet podemos apreciar que todos los temas se rozan y su denominador común es la tragedia; sin ir más lejos entre otros temas como (la muerte, la vida, la religión, la política como ya vimos, la mentira, el tiempo y el tema de los sentidos) aparece la cuestion del Complejo de Edipo. Si, el Complejo de Edipo como una de las vertientes que ésta obra de Shakespeare nos regala y que a su vez nos invita a pensar en el tema de la subjetividad, el mito y su relación con la teoría psicoanalítica.
El nombre dado por Freud al «Complejo de Edipo», tuvo como base la obra de Sófocles Edipo Rey. Dicho complejo, es el conjunto de sentimientos hostiles y deseos de muerte del rival o padre del mismo sexo, y deseos sexuales hacia el padre del sexo opuesto, generándose una no diferenciación entre el yo y el otro.
La fusión con el objeto deseado no puede alcanzarse, por qué? Por que aparece la ley, es decir, que el Complejo de Edipo tal como dice Freud se remonta pero no llega a superarse y se remonta entonces mediante la internalización de prohibiciones, de límites. La internalización pasa a ser el proceso por el cual las relaciones entre las personas se transforman en relaciones interpersonales, esto es, se reproduce lo que anteriormente se dio en instancias psíquicas del individuo por ejemplo la relación de autoridad entre el padre y su hijo se transforma en relación SUPER YO-YO, lo que sienta las bases para derivar en una instancia social o colectiva en la relación entre el YO y el IDEAL DEL YO.
Ahora bien, habiendo hecho las precedentes salvedades y teniendo en cuenta que Freud demostró la importancia que la sexualidad tiene para los seres humanos mediante el desarrollo de su teoría de la personalidad, es que nos interesa abocarnos al estudio de la tragedia de Edipo Rey y Hamlet.
El aparato psíquico tiene dos extremos, uno sensible y otro conciente que termina con la actividad motriz. En tanto reproductor de ese mundo externo que lo domina, el aparato psíquico dual del individuo coincide con la forma de la propia subjetividad, también mixta. La censura que en él existe selecciona todo lo que puede pasar a la conciencia y de allí a ser actividad motriz, mediado desde ya por la estructura socio histórica. El yo determinado históricamente juega el papel de represor, haciendo propia la dominación externa, limitando el pensar, sentir, actuar, desear propio del ser.
Ahora bien, la tragedia griega de Edipo, la constitución de la horda primitiva y la alianza fraternal mediada por el asesinato de padre, en tanto Ley, nos hace ver como Freud incluye a partir de la resolución del duelo edípico en la familia, el poder despótico interiorizado en la subjetividad en tanto lugar de dominación y apropiación de un poder colectivo anterior. El hecho de que el padre aparezca como la ley externa y absoluta está determinado por el sistema exterior, que de esta manera se asegura la dominación y obediencia de los sujetos. De tal manera las instituciones se insertan en la subjetividad infantil y se prolongarán al adulto mediante las escuelas, la familia, la economía, el estado y la religión como formas acordes a esta estructura que tan interiorizada tienen los sujetos.
Resumiendo, en el mito edípico, el asesinato al padre implica la posibilidad de acceso al goce de la madre, puesto que ese padre actúa ante los ojos del niño como ley de prohibición, percepción que no es errónea por parte del niño, ya que el padre quiere separarlo de la madre y para lograrlo lleva a cabo diferentes tipos de mecanismos en cada uno de los integrantes (madre-hijo). Tanto es así, que Freud al descubrir esto, abre un espacio dramático mas que trágico, otorgándole una fuerte densidad a situaciones que no son percibidas como tales.
En el caso de Hamlet , él siente que vive en un mundo de engaños y corrupción, sentimiento que le viene confirmado por el asesinato de su padre y por la sensualidad desenfrenada de su madre. El rasgo dominante de su carácter es un inmenso amor por su madre, un amor exagerado. Ha sido el niñito enamorado de su madre, más dolorosamente celoso que un amante, Hamlet no tiene una relación incestuosa con su madre sino más bien potencialmente incestuosa. Esto último es lo que diferencia a la obra de Sófocles de la de Shakespeare, el tema de la potencialidad del incesto, concreto en el primero y simbólico en el segundo.
Por lo tanto, podemos decir que en cierta medida, Freud reconstruyó los episodios edípicos de la infancia de todo ser humano a partir de la trama de Edipo Rey, de donde extrajo, la idea de que el niño desea a su madre (por eso en la tragedia se casa con ella) y para quedarse con ella debe eliminar a su rival (por eso mata al padre). El no saber que está matando al padre puede estar representando simbólicamente la represión de esa idea debido a su carácter culpógeno. Del mismo modo, arrancarse los ojos una vez enterado de la verdad podía estar representando la negación por el crimen y el incesto cometidos.
Hamlet desprecia a su madre como objeto mismo de su deseo y a su padre como el de sus celos. La encarnación de este doble sentimiento es Claudio, al cual insulta y abruma a lo largo de toda la pieza. Pese a ello Hamlet no puede culpar profundamente a su tío por un crimen que él mismo sueña con cometer.
Ahora bien, cabe preguntarnos aquí por qué Hamlet no cesa de evocar a su madre en los términos más sensuales ni de despreciar al rey por su lujuria? Una de las posibles respuestas es porque el incesto lo obsesiona.
En este orden de ideas y para “cerrar” este tema podemos decir que a diferencia de la tragedia de Sófocles, en Hamlet lo que vemos es el drama del deseo. Y por que decimos deseo? porque siguiendo a Lacan comenzamos a entender que en esta obra el drama edípico está abierto al comienzo y no al final, ya que Hamlet conoce el crimen de existir. Tanto es así que a partir de ese comienzo él debe elegir: “to be or not to be” es lo que nos da la base del estilo de su posición.
Hamlet: La Estética Teatral y La Construcción de la Subjetividad.
La estética como dice Kant Emmanuel (1724-1804 es la ciencia que estudia e investiga el origen sistemático del sentimiento puro y su manifestación: el arte.
Pero comprendamos que el arte no escapa a los valores y que el sentido de los mismos se comprende mediante los siguientes interrogantes ¿Cuál es el fin que persigue el hombre? Y ¿Cuál es la meta a la que aspira y por la cual realiza ciertos actos en su vida cultural? Podemos decir que el hombre realiza la cultura porque en ella conquista un fin que considera valioso. Entonces, es el valor mismo lo que se considera como digno de conquista, por un lado porque se transmitirá de generación en generación y por otro lado porque el valor es el contenido de la cultura, es el algo que el hombre busca, anhela y pretende conquistar en su tarea; aunque ésta deba ser infinita.
Retomando entonces el concepto de estética para Kant, es que decimos que para él la estética tenía que ver con la teoría de la percepción, teoría de la facultad para tener percepciones, o bien teoría de la sensibilidad como facultad para tener percepciones. Sin embargo, hoy día se suele interpretar a la estética como teoría del arte y belleza, aunque sin dejar de lado (porque resultaría ilógico) el sentido filosófico que convierte a esta ciencia en la explicación del arte como una manifestación cultural.
Ahora bien, el arte no sólo abarca la cerámica, la herrería, la orfebrería, la tapicería, la ebanistería, el repujado y el mosaico, formas de arte que tienen que ver con lo que se conoce como arte industrial-utilitario. El arte también abarca la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, la danza, el teatro, la ópera y obviamente la literatura que son las artes por excelencia, ya que son las que crean toda la gama de valores estéticos sin más propósito que crearlos.
Centrándonos en la literatura, el bagaje cultural que la misma aporta es fundamental para la construcción del pensamiento crítico pero también para el ahondamiento de la sensibilidad del lector.
A diferencia de la pintura y la escultura, en donde ya vemos una imagen y nuestra tarea se reduce a intentar interpretar dicha imagen, la literatura nos invita a pensar no sólo en lo que el autor nos esta queriendo decir sino también nos abre un espacio, abierto a la imaginación donde la pintura la construimos nosotros mismos a través de lo que vamos leyendo. Sin embargo, como se suele decir el término medio es lo más adecuado en tanto y en cuanto ese medio que se busca no atente contra el arte que se intenta mostrar. Por lo tanto, el teatro puede ser considerado como un matiz entre las distintas formas de expresión artística porque combina en escena, escenografía, coreografía, vestuario, libro y visualización de los personajes invitando a los espectadores a disfrutar de la pieza y a comprender el sentido de la obra, o en ciertos casos el sentido que el autor ha querido darle a una pieza clásica mediante una nueva versión.
Leer teatro, no es igual que leer novelas, las herramientas para leer teatro son completamente diferentes y requieren de otro tipo de atención y percepción, ni hablar de lo que implica ver teatro, ya que ahí es donde mejor podemos apreciar que el teatro es una arte mixta. Recordemos que el género dramático en su versión teatral trágica se compone de obras solemnes, escritas en verso y estructuradas en escenas (episodios), entre personajes (nunca hay más de tres actores hablando en una escena) e intervenciones del coro en forma de canciones (odas), tal como se ve en Hamlet.
Pero también tengamos en cuenta que muchas cuestiones de diversa naturaleza se ven envueltas en el desarrollo de las tragedias: de orden lógico o paradójico, de orden moral (como el caso de Hamlet, Edipo Rey, etc), de orden estético (también aquí podemos ubicar a Hamlet), de orden filosófico, etc. Tanto es así que desde las grandes tragedias griegas, este género literario arroja cuestiones existenciales de forma más o menos mediata.
Sin embargo las historias estaban basadas en su mayoría en mitos o antiguos relatos, aunque el objetivo no fuera simplemente volver a contar esas historias, sino más bien a hacer consideraciones sobre el carácter de los personajes, el papel de la humanidad en el mundo y las consecuencias de las acciones individuales.
La construcción de la idea de tragedia se llevó a cabo en torno a los conceptos de piedad y terror con un fuerte contenido de catarsis y pesimismo. En Hamlet por ejemplo la catarsis es lo que enriquece en demasía a Hamlet, quien no sólo finge estar loco sino que también en cierta medida lo está realmente. Sus monólogos dejan ver al lector y/o espectador su melancolía pero además ese fuerte contenido de catarsis. Tanto es así, que el criterio de Aristóteles (384-322 a. C.) cuando expresa que a través de la tragedia se podría llegar a la catarsis es vital para comprender la pieza de Shakespeare, puesto que en cada monólogo y en cada “duelo” Hamlet ejercía una especie de “purificación” de su espíritu mediante emociones que impactan.
Decimos entonces que la palabra tragedia alude en cualquiera de sus usos a lo lastimoso, funesto o terrible, a lo que suscita piedad y conmueve hondamente; en definitiva, a lo patético. Por otra parte, lo que distingue a la tragedia de cualquier otra invención literaria es precisamente su irrefragable final infeliz. Esta último lo vemos claramente en Hamlet, todos mueren menos Horacio, pero también lo vemos en la tragedia de Edipo Rey en la cual Yocasta se suicida y él se arranca los ojos al enterarse del incesto. Ambas obras tienen un final infeliz y muestran como lo trágico es la categoría estética que mejor expresa la esencial condición del hombre y lo enseña a conocerse en el despliegue de pasiones que describen tanto su grandeza como su mezquindad.
Lo trágico ha sido expresado no sólo en la literatura y el teatro sino también en el arte plástico por infinidad de artistas como ser, Miguel Angel en la Piedad, Goya en El fusilamiento y Picasso en Guernica entre otros.
Por su parte, Hegel estableció que lo trágico está constituido por tres elementos: conflicto, sufrimiento y un fin desdichado; aunque este último no es necesario según el autor, sí existen en la tragedia los dos primeros elementos, antinomia a que se ve sometido el hombre, y un intenso dolor resultado de las frustraciones provenientes de la incapacidad humana para relizarse íntegramente.
De lo mencionado hasta el momento, inferimos que a lo largo de toda la historia de la humanidad, la subjetividad de los sujetos ha ido cambiando y ello se debe a que dicha subjetividad se encuentra íntimamente relacionada al contexto socio histórico en el cual se vive, mostrándonos a su vez, a los sujetos como sujetos sujetados.
Tal como se mencionó, los mitos no solo han servido de inspiradores teatrales sino que también han sido utilizados para dominar el accionar de todos los Yo. Las formas de pensar, sentir, desear, accionar, etc. están internamente controladas por algo tan abstracto como externo y que sin embargo aparecen ante nosotros, como nuestras más íntimas formas de pensar, hacer, sentir y desear. Y no-solo mediante los mitos, sino también con la educación, las normas sociales y la familia en particular, se han ido desarrollando, a lo largo de esta historia moderna las más perversas formas de dominación… Porque controlar la subjetividad, esa parte tan propia, es la forma más despótica pero segura de reproducir todo sistema.
Consideraciones Finales.
La multiplicidad de temas que Shakespeare tocó en su obra Hamlet nos ha permitido abordar nuestro estudio desde dos perspectiva, una sociológica y otra psicológica.
La forma en que se va desarrollando esta pieza y las connotaciones políticas que la misma posee incentivan a utilizar elementos filosóficos, estéticos y políticos para alcanzar un conocimiento más acabado de las cuestiones más arriba estudiadas.
En Hamlet, Shakespeare, ahonda temas tales como la locura, las dudas del protagonista ante la madre adúltera y cómplice en el asesinato del padre, y marca la lucha entre la razón y la locura, entre el bien y el mal, indagando en los sentimientos y pasiones humanas, lo cual pone en evidencia la problemática subjetiva de los sujetos.
Después de haber visto como transcurrió esta obra de arte, teniendo en cuenta que la misma es una tragedia de venganza que reflexiona todo el tiempo acerca del género al que pertenece y observando como los personajes llegaron a ese trágico final es que podemos decir que Hamlet es como una conciencia sin acción. Pues durante toda la obra delibera acerca de los actos que podría cometer y no comete y no los comete por varios motivos, uno de ellos es la culpa, lo cual pone en evidencia los preceptos cristianos que forman parte de la obra. Aunque en ciertos actos, principalmente en los de muerte, tales preceptos parecen esfumarse.
Además Hamlet deja entrever como la política es funcional a la estética, pero a su vez nos invita a pensar en la relación dialéctica que existe entre Teoría Política y Teoría Estética.
Finalmente, durante este estudio se pudo observa como ambas teorías se retroalimentan y reflejan en cualquiera de sus manifestaciones el componente trágico, el cual no sólo da cuenta de la construcción de la subjetividad del momento en el que se escribe la pieza sino que a su vez marca un camino que nos revela que: bajo el espectro de la historia o la tradición e incluso las corrientes estéticas, la obra de arte también emerge como un acontecimiento, por lo cual W. Benjamin establece que «La unicidad de la obra de arte se identifica con su ensamblamiento en el contexto de la tradición. Esta tradición es desde luego, algo muy vivo, algo extraordinariamente cambiante. Una estatua antigua de Venus, por ejemplo, estaba en un contexto tradicional entre los griegos, que hacían de ella objeto de culto, y en otro entre los clérigos medievales que la miraban como un ídolo maléfico»
Shakespeare, William. Hamlet. Estudio preliminar y Traducción de Eduardo Rinesi. Pag. 5. Talcas Ediciones. Bs As
Rinesi, Eduardo. Política y tragedia. Hamlet, entre Hobbes y Maquiavelo. Puñaladas. Ensayos de Punta Colihue. Bs As. 2003.
Rinesi, Eduardo.Diario Clarín. Suplemento. Cultura y Nación. SHAKESPEARE Y LAS IDEAS DE SU TIEMPO. 1 de Abril de 2001.
Schmitt, Carl. Hamlet o Hécuba. La irrupción del tiempo en el drama. Pre Textos. Universidad de Murcia. España. 1993.
Schmitt, Carl. El Concepto de lo Político.
Schmitt, Carl. Teología Política.
Foucoult, Michel. Las Palabras y Las Cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. Planeta -Agostini
Kant, Emmanuel. Crítica de la Razón Práctica. Crítica del Juicio. Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres. Librería “El Ateneo” Editorial. Bs As
Hegle, Georg W. F. Estética. Ediciones Siglo Veinte. Bs As.
Freud, Sigmund. Obras Completas. Volumen 11. Duelo y Melancolía. Ediciones Orbis, S.A. Hypamérica.
Sigmund, Freud. Esquema del Psicoanálisis, Ed. Paidós, Bs. As. 1988
Freud, Sigmund. Psicología de las Masas y Análisis del Yo, Ed. Alianza, Madrid. 1970
Grüner, Eduardo. Spinoza versus Hobbes, entre Hamlet y Edipo
Para aquellos alos que les gusta las reglas y más reglas, o simplemente simplificarse la vida en estructuras establecidas:
La mayoría de los manuales de guión anticipan sus virtudes al lector con algún sinónimo de este título prometedor: Cómo Escribir un Guión. Muchos de ellos, sin embargo, decepcionan las expectativas, al suministrar, en lugar de una metodología orgánica, un cúmulo de observaciones más o menos heterogéneas de los componentes que integran un guión cinematográfico y de ciertas reglas que rigen su combinación. Otros pocos combinan el carácter orgánico de una metodología de escritura, con la coherencia de un sistema de construcción a partir de los elementos y reglas enunciadas. Hemos seleccionado cuatro autores que, a nuestro juicio, reúnen un mínimo de estas dos virtudes.
El Modelo de Lajos Egri
La premisa
El punto de partida de la metodología de este autor lo constituye lo que podríamos denominar el «mensaje» (85) del texto que el escritor construye, aunque formulada de manera particular. En términos simples, la premisa es lo que el autor quiere decir con su obra y debe ser formulada como una proposición (en el sentido lógico). Debe estar enunciada de tal manera que contenga en sí misma al personaje principal (el héroe), al conflicto principal y al desenlace de la obra. Un ejemplo basta para aclarar el mecanismo de su formulación: una proposición como: «La drogadicción conduce a la destrucción», es una premisa en el sentido de Egri, ya que su sujeto presupone la existencia de un personaje adicto a alguna droga, inmerso en un conflicto en relación con esta condición dominante, y actor de un drama cuyo desenlace es inevitablemente la autodestrucción. De manera similar, una proposición como «Los Estados Unidos siempre vencerán al comunismo», presupone la existencia de un héroe típica y paradigmáticamente norteamericano, que lucha contra la amenaza marxista y que al final, pedagógicamente, resulta vencedor (Rambo, sin ir más lejos). Egri proporciona una buena colección de ejemplos: «El gran amor desafía la muerte» (Romeo y Julieta»), «La ambición desmedida conduce a la autodestrucción» (Macbeth) y algunos otros.
La premisa es, al decir del autor, una sinopsis en miniatura cuya prueba es el fin indeclinable de la obra. Metafóricamente, uno podría pensar la premisa como una suerte de hipótesis cuya veracidad la obra se encarga de probar, de la misma manera que un teorema garantiza la veracidad de su hipótesis a través de la prueba. Egri sustenta su sistema en este hallazgo básico para el escritor: la premisa «claramente definida» (clear-cut premise) une así, el tema escogido por el escritor y los elementos básicos para la construcción del drama:
El segundo paso en la construcción de la estructura dramática, lo constituye el diseño del personaje y del ambiente. Para lo primero, Egri echa mano de su concepto, ya comentado, de tridimensionalidad. Para la construcción del ambiente Egri toma en cuenta la medida en que éste determina el actuar del personaje (86). Seguidamente, sobre la base de su «enfoque dialéctico» Egri asegura la existencia de motivaciones del personaje y de su capacidad de crecimiento dentro del drama. La consideración de la fuerza del carácter del personaje, le permitirá la construcción del protagonista, del antagonista y del resto de los personajes, contrastados todos bajo el principio de orquestación.
Es importante remarcar que para Egri el personaje se sitúa en posición generadora respecto a sus acciones. En otros términos, no es la acción la que precede al personaje- como sostiene el precepto de la Poética de Aristóteles- sino que es la construcción dialéctica del personaje a la luz de la premisa la que abre el camino para la construcción de las acciones(87). Una vez diseñado el personaje se procede al estudio del conflicto, siempre, de cara a la premisa. En primer lugar se estudia el origen de las acciones, vale decir, el cuerpo de circunstancias ligadas a la biografía del personaje que explican, en términos de causa y efecto, el desarrollo de las acciones. Así, lo que en la superficie del drama aparece como una confrontación, incluye en su seno el desarrollo de una lucha gestada desde el personaje. Dicho por Egri:
On the surface, a healthy conflict consists of two forces in opposition. At bottom, each of these fores is the product of many complicated circumstances in a chronological sequence, creating tension so terrific that it must culminate in an explosion (88).
Estas acciones así diseñadas, se estructuran en ciclos ternarios comenzados cada uno por una crisis, seguido por el clímax y que culminan en la resolución. Cada una de estas unidades -que uno supondría constituyentes de un esqueleto básico de acciones o scaletta– debe ser abordada en un momento estratégico de la acción o punto de ataque y deben disponer un crecimiento gradual de la acción, que evite los saltos y el estatismo y crezca gradualmente hacia el clímax general de la obra, en el que se manifiesta el último enfrentamiento de las fuerzas en conflicto y que desemboca, por tanto, en la resolución. Una vez más, si esta estructura así nacida prueba la premisa, se ha obtenido la estructura de una obra cinematográfica.
El Paradigma de Syd Field
En su texto ya clásico Screenplay, The foundations of Screenwriting, publicado por primera vez en 1979, Syd Field formula una metodología de escritura que ha devenido en paradigmática para la preceptiva norteamericana del guión. Su libro, traducido a varios idiomas, ha visto nacer un sucesor titulado The Screenwriter Workbook en cuyas páginas, como en las del primer texto, el autor establece con rotundidad los términos de una metodología pragmática y pretendidamente universal.
La idea y el sujeto
Los primeros pasos de escritura de un guión, según el método del autor norteamericano, van de la idea al sujeto, es un proceso de búsqueda de la estructura dramática, esta última definida como:
«…a linear arrangement of related incidents, episodes, and events leading to a dramatic resolution»(89).
¿Cómo se sigue este proceso? En primer término, para Field la idea(90), difusa por naturaleza, debe avanzar hasta constituir el germen del argumento, lo que el autor denomina el subject, el sujeto del guión. Si la idea, en general, corresponde a la vaga definición de un tema (por ejemplo, del personaje protagonista, «un emigrante español en la Venezuela de los años cincuenta»), el sujeto ya contiene los rudimentos de la acción principal («un emigrante español emprende la tarea de defender un poblado indígena, para finalmente sucumbir ante la voracidad de los terratenientes locales»). El sujeto se logra mediante la dramatización de la idea por medio de la búsqueda del personaje (principal) y de la acción.
Reduce your idea into a character and an action in a few sentences, no more than three or four…(91).
La operación referida debe dar como resultado el hallazgo de unas tres o cuatro líneas que resumen, en el sujeto, la idea estructurada, punto de partida para las siguientes operaciones de construcción, basadas en la consideración del paradigma.
El Paradigma: principio, fin, puntos argumentales
Un aspecto central de la construcción en Field es el paradigma: «Un modelo, un esquema conceptual» mediante el cual es posible visualizar la estructura del guión como un todo. Según éste, todo guión se divide en tres actos: Acto I o presentación, Acto II o confrontación y Acto III o resolución, del conflicto principal(92). Los soportes divisorios, por decirlo así, entre los diferentes actos, lo constituyen los llamados puntos argumentales o plot points (en la figura, PA1 y PA2). Lo dicho se resume en el siguiente esquema:
Un punto argumental es acontecimiento que cambia radicalmente el sentido de la acción. Field prevé dos de estas unidades, una al final del Primer Acto y otra hacia el final del Segundo Acto. En un guión de 120 páginas, Field sitúa el primer punto argumental entre las páginas 25 y 27, y el segundo punto argumental, entre las páginas 85 y 90 (Ver esquema).
Una vez dispuesto el material según el paradigma, Field recomienda al escritor el abordaje de la siguiente etapa: el diseño del principio, del fin y de los dos puntos argumentales. Para Field, estas cuatro unidades constituyen la armazón básica del guión. Una vez conocidas, el resto de la escritura se concentrará en completar la estructura que presuponen.
Before you can express your story dramatically, you must know four things: ending, beginning, Plot Point I and Plot Point II. These four elements are the structural foundation of your screenplay. You «hang» your entire story around these four elements (93).
Field dispone estos hallazgos de estructura en cuatro páginas cuya disposición es la siguiente:
- Una media página para la escena o secuencia de comienzo.
- Una media página para describir la acción general del primer acto.
- Una media página que describe el primer punto argumental.
- Una media página para describir la acción general del segundo acto.
- Una media página que describe el segundo punto argumental.
- Tres cuartos de página a una página para el tercer acto.
La duración normalmente oscila entre los 25 y 35 minutos sobre un largometraje de 120. Es el arranque de la historia y debe aportar la información básica para que el espectador se incorpore y se enganche a la película.
Tiene que dar respuesta y dejar claras una serie de cuestiones:
1.- Estilo y ritmo.
2.- Los personajes principales deben ser perfilados, con sus características esenciales y sus motivaciones.
3.- La estructura vital de la historia.
4.- Género. Fórmulas estéticas reconocibles.
Además de estas cuestiones genéricas en el planteamiento deben abordarse dos elementos que serán claves para el relato:
I) El DETONANTE de la historia, sería el “catalizador” que la pone en marcha, la mecha que enciende la acción. Ejemplos: “TIburón” La primera victima y “En el gran lebowski” La meada en la alfombra.
El detonante tiene que suponer una ruptura, una crisis en la vida del personaje. El detonante puede concretarse en un cambio en la situación de las cosas, o puede revelarase a través de un diálogo, la crisis se muestra al espectador mediante un diálogo, es más efectivo pero también conseguir el efecto deseado es mucho más complejo. También los encontramos mixtos. En cualquier caso el detonante debe aparecer, por regla general en los primeros 15 minutos de película.
Por último, podemos señalar que hay detonantes que no tienen importancia real sobre el relato.
II) CUESTIÓN CENTRAL DRAMÁTICA. Es la gran pregunta en la película. Una pregunta que encuentra su respuesta en el clímax.
En las películas de catástrofes se presentan los personajes, se producen los hechos (detonante) y se plantea la cuestión central dramática, ¿Se salvarán o no?
En las comedias románticas se describen los personajes, se cruzan sus vidas (detonante) y se plantea la cuestion central dramática, ¿Acabarán juntos o no?
Hay 2 puntos de giro o plot points en el relato, el primero de ellos marca el paso entre el Planteamiento y el Desarrollo y el segundo entre el Desarrollo y el Desenlace.
El punto de giro cambia radicalmente el rumbo de la historia, cambia la acción vital de los personajes. Son quiebros inesperados que complican o complicarán el camino del protagonistas.
Los puntos de giro cumplen 4 características:
– El relato toma una nueva dirección y sus personajes también.
– Vuelve a suscitar la cuestión dramática central, nos hace que dudemos sobre su respuesta o incluso puede que replantee la cuestión.
– Exige una toma de decisión por parte del protagonista, esta decisión hace que se involucre más en la acción, le empuja dentro de la trama.
– Eleva el riesgo.
En cuanto al desarrollo, éste durará en torno a 60 u 80 minutos.
Se inician las tramas secundarias. Las tramas secundarias involucrarán a los personajes secundarios.
Las tramas (principales o secundarias) pueden clasificarse como binomios (verticales: establecen una relación entre un personaje principal y uno secundario; horizontales: la relación se establece entre personajes del mismo nivel) y trinomios (tres personajes 2p-1s ó 1p-2s). Puede que encontremos tramas que involucren a más de 3 personajes pero en muchas ocasiones se podrá agrupar su estructura para acoplarla a estos modelos.
En las películas encontramos hasta 3 ó 4 subtramas además de la principal. Hay que tener cuidado con no sobrecargar de información al espectador porque corremos el riesgo de que al final no se entere de nada y mezcle las informaciones. Las subtramas se desarrollaran también en tres actos (planteamiento-nudo-desenlace) más simples o en dos actos (planteamiento-punto de giro-desenlace).
En esta fase de la película el conflicto, que como hemos mencionado anteriormente se materializa en la cuestión central dramática, se desarrolla de manera clara, extensa y explícita. Para que el desarrollo de la trama mantenga la tensión y el interés del espectador las dificultades y la intensidad del conflicto debe incrementarse progresivamente en cada secuencia dramática, cada una de estas vueltas de tuerca que se le dan a la trama en el desarrollo se denomina pulso dramático, estos pulsos aportan información al espectador y hacen que la trama avance y son los responsables fundamentales del ritmo de la película, éste se refiere a las novedades respecto a la información y acción (de cualquier tipo) del relato que van haciendo que se avance en la trama, podemos optar por ritmos más pausados y reflexivos, por ritmos más frenéticos, o por una combinación de ambos según la fase del relato en la que nos encontremos.
El espectador necesita que la historia avance y le ofrezca nuevos datos y giros porque si no se aburrirá y acabará desconectando, por otro lado si el ritmo con el que le ofrecemos nuevos datos es demasiado alto no tendrá tiempo para asimilarlos, se cansará y también acabará desconectando.
Si la película no avanza a golpe de estos pulsos dramáticos, el espectador tiene la sensación de que la historia se estanca, no tiene fluidez, se aburre y por último, desconecta. Los pulsos dramáticos pueden ser muy variados, cómicos, dramáticos, acciones, reflexiones…
Entre estos pulsos dramáticos hay uno de especial importancia denominado Middle Point o punto medio. Se encuentra hacia la mitad del 2º acto, no siempre está pero si esta ayuda a mantener el pulso de la historia. El middle point es un suceso de envergadura que incrementa la intensidad de la historia, pero no la replantea, hace que la trama suba de tono pero no cambia el rumbo de la historia, por eso no es un punto de giro.
Es habitual encontrar la aparición o acentuación de la importancia de un objeto, la revelación de una información, la aparición de un personaje, etc. que jugará posteriormente un papel fundamental en la película. A veces esta implantación puede coincidir con el citado middle point.
El desenlace es el tercer y último acto del relato, su duración normalmente no excederá los 10 ó 15 minutos.
Truffaut dijo el desenlace debe ser una mezcla de espectáculo, verdad, emoción y lógica. En esta fase se resuelven todas las tramas, la principal y las secundarias. Se resuelve la cuestión central dramática, en el clímax de la película, es el punto de atención más alta del relato.
También encontramos en ocasiones el anticlímax o epílogo, que es otra vuelta de tuerca a la historia, que en ocasiones sirve para dejar una puerta abierta a una secuela, para incluir un giro de guión, un toque humorístico, una recapitulación, una moraleja, etc.
Las biografías
Una vez configurada esta estructura básica, Field procede a escribir la biografía de los personajes. Field coincide con Lajos Egri al demandar una biografía exhaustiva:
… character biography traces your character’s life form birth to the time your story begins. Writing it will help to form the character...(94)
Al final del proceso de escritura, el escritor habrá encontrado la «voz» de su personaje, sus particularidades y habrá podido encarnar, en un ente verosímil, los cuatro aspectos estructurales básicos que el autor demanda para el personaje: el imperativo dramático (dramatic need), el punto de vista, los cambios y la actitud del personaje.
Adicionalmente, la investigación -de campo o bibliográfica- podrá enriquecer el conocimiento del personaje y de su biografía. Demás está decir que en algunos casos, (Rain Man, de Barry Levinson) la investigación es un requisito obligado de un guión que atienda con pertinencia las particularidades de su personaje principal.
La estructura de los actos
El procedimiento de escritura tiene lugar sobre la base estricta del paradigma. La escritura se sucede de acuerdo a la división establecida en tres actos y cada acto es estructurado separadamente. Sin embargo, ciertas particularidades tiñen el procedimiento constructivo en cada acto.
El Acto I para Field, abarca las primeras 30 páginas del guión y en él se establecen las condiciones iniciales de la historia (setup). Las primeras 10 páginas dan cuenta de la presentación del personaje principal, las 10 siguientes exponen el problema (la crisis o alteración) del personaje, las últimas 10 dramatizan dicha alteración, colocan al personaje en la búsqueda activa de su objetivo, de la resolución de su necesidad dramática.
En la práctica, la estructuración del Acto I se lleva a cabo mediante la elaboración de una suerte de scaletta parcial para cuya estructura el autor recomienda el uso de fichas que puedan eliminarse o cambiarse de lugar. Cada ficha contendrá unidades de acción que, posteriormente, en la etapa de redacción, podrán convertirse en escenas o secuencias del guión literario. No hay que olvidar que el final del Acto I contiene el primer punto argumental, coup de thèâtre que dará un vuelco al sentido de la acción y que determinará el desarrollo del Acto II. La estructura del acto I es como sigue:
Páginas 1 a 10 | Páginas 11 a 20 | Páginas 21 a 30 |
Presentación del personaje principal | Exposición del problema del personaje principal | Definición y dramatización del problema |
La estructuración del segundo auto se lleva a cabo de idéntica manera, aún cuando Field introduce en un texto posterior el nuevo paradigma(95), una variante del paradigma original que en sus modificaciones, afecta específicamente este momento de la escritura: se trata, por una parte, de la introducción del punto medio o midpoint, un «evento» o «incidente» que conecta la primera y segunda parte del Acto II, y, por otra, lo que podríamos denominar «puntos de enlace» (pinchs), cuya función es la de mantener el ensamblaje de la primera y segunda partes del acto segundo. Un esquema permite visualizar la estructura propuesta:
as unidades de acción del Acto II se disponen en fichas de manera que pueda llevarse a cabo un afinamiento de esta segunda sección de la estructura hasta niveles satisfactorios. No es mucho lo que hay que agregar con relación al Acto III, salvo acerca del hecho de que en este acto se resuelven todas las expectativas abiertas en el guión. Nuevamente, se procede a estructurar el acto mediante fichas hasta lograr una estructura que se ajuste tanto a los requerimientos del acto, como a los del guión como un todo.
La fase final en la metodología estudiada corresponde a la escritura del guión. Field procede a rellenar el esqueleto determinado por la estructura, cuidándose de respetar en esta etapa ciertos imperativos que imponen el lenguaje cinematográfico al discurso (uso de acciones visuales, pertinencia cinematográfica de los diálogos, etc.).
La metodología de Antoine Cucca
Descubrimiento de la idea
Como para otros autores, el germen inicial del guión se encuentra en la idea. Cucca define la idea en estos términos:
Par les mots idée cinematographique, on definit le motif de fond, le contenu rationnel, culturel et fantastique qui caractérisent l’ouvre filmique: le point de départ, la première condition interpretative et creative de l’auteur; un messsage rapide, synthétique, de valeur absolue et universelle en mesure d’exposer les contenus de l’ouvrage cinematographique...(96)
La idea, así definida, primer paso en la secuencia de construcción. Esta idea debe cumplir con el requisito de ser visual -los elementos portadores de la historia expuesta deben contener desde un primer momento la dimensión característica de lo fílmico; emocional – los elementos contenidos en la idea deben poseer una capacidad sugestiva; debe ser creíble – las consecuencias de ella deben ser inmediatamente aceptables, sin reserva, en tanto que elementos narrativos posibles y naturales; y, por último, debe ser universal, es decir, debe describir situaciones tales que cada persona pueda fácilmente comprenderlas e identificarse con ellas.
Construcción del asunto
El asunto o argumento(97) constituye un desarrollo completo de la historia a la luz de consideraciones estructurales. Su elaboración presupone el hallazgo del tiempo en el relato, de los personajes, de las acciones y de las situaciones. Para el desarrollo del tiempo se toman en cuenta: el tiempo de la relación de la historia, es decir, la temporalidad real a la que remite la historia contada; el tiempo de la evolución de la historia, o tiempo diegético , tiempo que recorta y organiza la trama a partir del tiempo de la evolución de la historia; el tiempo de la organización del drama, que corresponde a la organización discursiva del tiempo de la historia; y el tiempo en la composición escénica, referido al valor compositivo de la temporalidad, en términos de ritmo, del valor de las pausas y los apresuramientos, etc.
En segundo lugar, Cucca analiza las posibilidades de la acción de los personajes a nivel del argumento. O bien las acciones hacen descubrir a los personajes, o por el contrario, los personajes generan las acciones.
En tercer lugar Cucca dispone las sucesivas acciones que conformarán el argumento, cuidándose de distinguir entre las acciones de base, ya mencionadas anteriormente y que hacen avanzar la acción, y las acciones complementarias. La última fase en la elaboración del argumento está constituida, según Cucca por la elaboración de las situaciones:
Une situation est une unité supérieure de récit, un état caractéristique fixé par l’ensemble des actions et des personnages … Dans le récit filmique les situatios, prises singulèrement, disposent d’un arc évolutif relativement fermé, indépendantes les unes des autres … Une situation est donc l’équivalent du chapitre d’un roman...(98)
Las situaciones pueden ser de base (según contengan por lo menos una acción de base) o complementarias (si constan solamente de acciones complementarias). Esta últimas constituyen un ornamento, un relleno que hacen el relato «más incisivo y variable».
Las estructura de las situaciones comporta la clásica en división en tres momentos dramáticos tantas veces estudiada y que Cucca denomina premisa (o conjunto de condiciones de los personajes al comenzar la situación); desarrollo (de estas condiciones en busca de modificación) y resolución.
Elaboración de la scaletta (canevas)
Estructura y función del personaje
La estructuración del personaje requiere en primer término del estudio del carácter y de las necesidades. Hay que distinguir entre las necesidades propiamente dichas y las intenciones. De la misma manera, el estudio del personaje comprende la estimación del comportamiento ante las acciones de otros personajes, ante los obstáculos y con relación al lugar. Por último, la consideración de la diversidad en varios grados (1°, la diversidad física, 2° de objetivos, 3° de comportamiento y 4° las diferencias de comportamiento en un mismo personaje) conforman el contraste del universo que impone cada situación.
Revelación de los personajes
Según Cucca el personaje se revela en la economía de la historia a través de las acciones que gradualmente modifican la linealidad de su comportamiento. Es así como la evolución del personaje puede ser referida, en cada momento, a su condición original, a su aspiración o deseo y a la realización de estas aspiraciones. El establecimiento a nivel de la scaletta, de estos parámetros para cada personaje constituye, un paso obligado de la construcción.
El lugar
Otro aspecto a considerar para la escritura de la scaletta se refiere al lugar. Una vez evaluado el espacio en sus posibilidades temáticas, contextuales y de acción, y determinadas las posibilidades de juego del lugar dentro de la estructura, se procede a determinar la ubicación espacial de cada componente de la scaletta.
Estructura de las situaciones
El siguiente paso en la construcción de la scaletta se refiere a la estructuración de las situaciones que la conforman. En primer lugar, estableciendo claramente su contenido, en segundo término procediendo a la individualización de los elementos que integran cada situación (personajes, acciones) y de las situaciones entre ellas mismas. Esta individualización puede proceder por analogía (examinando y descomponiendo el contenido de una situación, por ejemplo) o mediante un procedimiento de carácter inductivo un lugar. Un personaje, la causa o el efecto de una cierta acción, contribuye así a definir todas las otras.
En lo que se refiere a la exposición de las situaciones en el contexto de la scaletta, es necesario considerar los diferentes niveles de lectura del tiempo (como se dijo, de la relación de la historia, de la evolución de la historia y de la organización del drama).
Por último, el desarrollo del drama requiere de la elaboración de la situación de comienzo y la configuración de las situaciones sucesivas, situaciones, que, según el autor, se remitirán a algún caso dentro de la siguiente tipología:
-
Situación de apertura. Constituyen las «premisas del desarrollo fílmico, el eje en torno al cual se mueve la historia». Abren expectativas inacabadas y se remiten a otras situaciones. La mayoría de las situaciones de un film pertenecen a este tipo.
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Situación conflictiva. En las que se desarrollan los conflictos. Pueden ser principales o secundarias, según desarrollen conflictos de primer orden o conflictos subsidiarios.
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Situaciones interlineales de transición. Sirven de ligazón entre las situaciones conflictivas y las de cerradura. En ellas no se manifiestan los conflictos sino la confrontación entre los personajes, el contraste entre su modo de actuar.
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Situación de cerradura relativa. Concluyen una situación de apertura o conflictiva. Constituyen el elemento «tranquilizador» de la estructura narrativa. Ultimo paso en la elaboración del guión. Consiste en el «relleno» de la estructura dada por la scaletta. Con ella concluye el procedimiento de escritura formulado por Cucca.
El tratamiento de Swain
En un capítulo (The story outline) Swain resume lo esencial de una metodología que destaca por su pragmatismo. Resumamos los cinco pasos con que el autor aproxima la escritura del tratamiento de la historia.
Paso 1. En primer lugar, el escritor debe ocuparse del anclaje de la acción en el pasado que antecede la película. Para ello debe construir el background, el bagaje histórico que remite y explica la conflictiva a desarrollarse en el presente fílmico.
Paso 2. Establecer los elementos fundamentales de la historia, a saber: personajes(99), situaciones, escenarios de la acción, tonos y atmósferas.
Paso 3. Establecer el comienzo o apertura del film. Para ello es indispensable diseñar:
a. El gancho (the hook). Un incidente o acción que provoque la suficiente curiosidad en el espectador como para que éste permanezca interesado en el desarrollo de la historia(100).
b. El compromiso (the commitment), del personaje principal en relación al alcance de su objetivo, Swain puntualiza:
… you establish the tale’s unifying story question: Will Character succeed in his efforts to accomplish his purpose, or won’t he?» … Indeed, often it is wise to build to characters commitment...(101)
Paso 4. Planificar, entre el comienzo y el final del tratamiento, las crestas (peaks) de la acción, puntos que marcan las confrontaciones del personaje principal en su lucha por alcanzar el objetivo. Dichas confrontaciones se planifican:
a. Evitando lo predecible: Hero’s effort to improve his situation should end up making said situation worse…(102).
b. Acentuando, entre dos soluciones posibles para una confrontación del personaje, la solución negativa la cual, según Swain, siempre resulta ser la más creíble).
c. Espaciando las crisis: The tension can’t just build […] You need valleys between your peaks (103).
Paso 5. Resolver las situaciones pendientes. Tal resolución se lleva a cabo de dos maneras:
a. Liberando las tensiones creadas por dispositivos mecánicos o externos. La regla básica consiste en traicionar la anticipación previsible del espectador: You figure out what the audience expects… you device a different alternative…(104).
b. Dando salida a las tensiones latentes en los personajes: You give each character what he’s demonstrated he deserves, on a basis of both competence and conduct (105).
Para todos aquellos guionistas o interesados en las estructuras dramáticas (en este caso, el carácter), aquí la biblia de Lucas, Spielberg, Coppola: El héroe de las mil caras.