segundo del segundo del undécimo de este siglo.
alvaro obregón, esquina con cuauhtemoc: son las 18:20. en unos cuantos minutos la noche es inevitable.
esto no sucedió.
o más bien, esto sólo sucedió una vez.
caminamos león y yo. nos gusta el camellón. un hombre se queda mirándonos, sin duda percibe el olor a marihuana, pero no va más allá de la mirada inquisidora que le dirige a mi amigo.
león ni siquiera se da cuenta; me pasa el toque.
– no puedo respirar -, le digo. y es cierto. me preocupa desde hace unos días que mi enfisema se haya complicado.
– es un dilatador bronquial natural -, me dice entonces león, con su voz inhaladora.
me siento tentado, pero la sola imagen de la apnea nocturna me hace rechazarlo. esta semana me ha dolido la espalda más que de costumbre y desde mi hipocondria, me preocupo.
pasan sólo doce minutos que a león le parecen 2 o 20. (no tengo idea de en qué dimensión está). ya pacheco, proyectándose en mi, asegura que estoy en el viaje.
y aunque no estoy pacheco, tiene razón. él en su viaje, yo en el mío.
todo el recorrido hasta llegar a insurgentes, me descubro con mi rostro mirando al cielo, buscando una nube que se parezca a ti. de cualquier forma.
blanca.
pero hay pocas como tú.
por momentos me distraigo en las ventanas… en una de ellas, siete vestidos de quinceañeras celebran una fiesta. Una fiesta de colores. Una fiesta sin sus maniquíes.
desde otra ventana me sonríe un labrador. «Perro de Cheshire», le digo mentalmente. y tan pronto lo nombro, desaparece, dejándome sólo con su sonrisa que como vaho, lentamente, se desvanece en el cristal de la ventana.
luego miro a otra ventana: es la ventana del cuarto de la casa donde antes vivía, la que tiene vista a la romita. la luz está encendida pero no es mi cuerpo el que habita ese espacio. no más.
yo no estoy en esa habitación. no más.
– ¿Sabías que el Gran Colisionador de Hadrones va a hacer chocar dos átomos de hidrógeno para definir el número total de las subpartículas del átomo? -, me pregunta león con su voz que sabe a mota.
no quiero parecer indiferente. lo cierto es que por momentos el experimento se me antoja absurdo: millones y millones de kilómetros acelerando dos átomos de hidrógeno, durante miles y miles de horas, tratando de lograr la perfecta sincronía de dos partículas atómicas, sólo para hacerlos coincidir en el tiempo y espacio precisos y generar un instante que dura menos que un segundo, con el fin de clasificar partículas que nadie ve.
– No es absurdo. – Me quedo pensando cómo león pudo escucharme. Estoy seguro que sólo lo pensé. – Absurdo, el cine – me dice.
Y tiene razón: millones y millones de pesos, para movilizar decenas y decenas de gente que viaja por miles y miles de kilómetros para esperar por varias horas a que las ciudades se detengan, a que los autos desaparezcan, a que la luz sea la adecuada para que miles y miles de pies de celuloide queden por fin impregnados en su plata, millones de granos de plata, con esos únicos segundos que justifican la travesía. Segundos que no existían en la realidad, que no volverán a existir. Segundos que forman parte de otra dimensión.
Fantasías.
Quimeras.
Instantes inexistentes, y que la gran mayoría de las veces no tienen una función práctica en lo cotidiano.
– El LHC al menos sirve para algo -, sentencia león. me pregunto si tiene razón y al hacerlo, divago…
tiempos, cayendo el sol..
no puedo evitar pensar en tiempos, cayendo el sol.., el último guión que realice en la escuela, aquel que sin quererlo/sin saberlo hace la crónica de mi expulsión anunciada, un corto que a estas fechas resulta profético en mi vida y por profético me refiero también a no filmado.
en él, natalia, una bailarina se encuentra ante la función más importante de su vida profesional. pero, vencida por el miedo, en el último ensayo antes del estreno se provoca a si misma una caída, metáfora literal de ponerse el pie a si mismo, del autosabotaje, de no atreverse a hacer lo que deseamos. la caída le hace romperse los tobillos. cae como cae el sol.
tiempos, cayendo el sol..
me es inevitable sentir un nudo en el estómago cuando pienso que ese cortometraje significó mi salida de la escuela. ese corto fue la representación fílmica de mi megalomanía, de mi ego, de mi soberbia. su producción comenzó a inflarse de complejidad como mi ego de vanidad, hasta el punto que cuando me di cuenta, la película ya no tenía el apoyo de la escuela en ningún sentido. y la falsa idea de control de mi destino, me hizo querer emprender el viaje en solitario. «¿quién necesita esta escuela? donde no me quieren, además», me repetí mil veces. fue un viaje en el que me fui perdiendo, solo, poco a poco y muchas veces tengo la sensación de no haber regresado. si no es por que los restos siguen ahí… los restos de mi caída, justo después de que mis alas se derritieran. Algunos pedazos todavía hay en el suelo, pedazos que no he podido encontrar… ojalá algún día.
y mientras seguimos caminando por el callejón yo recuerdo toda la filmación como si realmente hubiera sucedido. o quizás si sucedió, al menos una vez; porque las cosas suelen suceder dos veces, cuando uno las piensa y cuando uno las vive.
recuerdo muy bien como estoy en el set de filmación. es la escena clímax de la película: el instante en que natalia se provoca el accidente.
en la escena se requería una sincronía de parte de los dos bailarines. pero mayahuel, quien representaba a natalia, no estaba dispuesta. ya que como natalia, el personaje, mayahuel, también tenía miedo; un miedo que a diferencia del de la historia era real: el miedo a caer y romperse en mil pedazos. el miedo a confiar en el otro, en este caso raymundo, quien debía sostenerla antes de caer.
el miedo a sincronizar.
– Me puedo lastimar. ¿Y con qué fin? – me pregunta maya. – Sólo es una película.
¿con qué fin? aún hoy me lo pregunto. confirmo lo que dice León: «más absurdo es el cine», porque al menos el LHC, tiene un fin definido…
– Según la teoría de cuerdas, existen 11 dimensiones -, me dice León. según yo intenta justificar su viaje en marihuana. pero quizás está escuchando mis pensamientos. quizás, sólo quizás está poniendo atención a mi historia. Y apenas lo escucho, me pongo a pensar en la posibilidad de que todo realmente sucedió.
Recuerdo muy bien cómo estoy en el set, preocupado por la reticencia de Maya de querer hacer la escena, de dar el salto. Recuerdo que lo intentamos un par de veces, pero sin éxito. Siempre que llegaba el momento del accidente en la historia, Mayahuel anticipándose, lo evitaba y la escena era inverosímil.
En un momento, motivados por la frustración, los dos actores discutieron. Maya culpaba a Raymundo porque lo veía tenso y según ella, eso no le generaba la confianza necesaria para realizar el salto. Raymundo argumentaba en su favor, que si estaba tenso es porque Mayahuel le contagiaba su miedo, y lo hacía cargar sobre sus hombros la lápida enorme que significaba salvaguardar la integridad física de su compañera.
– ¿Cómo no quieres que esté tenso? Si te lastimas de verdad, me vas a culpar a mi. Y lo peor es que si sigues pensando en eso, lo más seguro es que suceda. – le decía Ray.
Me pongo a pensar si es posible, generar en la realidad algo con sólo pensarlo o anticiparlo.
Me viene a la mente el guión. El sabotaje. Escribí el guión y me terminó sucediendo lo que le sucedía a Natalia. ¿O primero me sucedió y luego lo escribí? ¿Donde empieza el futuro? Si podemos ver hacia atrás, ¿no será posible mirar hacia adelante también?
Quizás ese era el problema de la escena: Mayahuel estaba viviendo en otro tiempo. Diez segundos más adelante que Raymundo.
Si quería que las cosas salieran bien, tenía que hacer que se abriera una ventana de sincronía entre ellos.
Como nos sucedió alguna vez, ¿recuerdas?
yo viajaba en un autobús, hace casi veinte años. tenía mi mano sobre al asiento vacío a mi lado.
años después, tú viajaste por ese mismo camino y sin darte cuenta llevabas la mano hacia el otro lado, como si se posara sobre la mía.
y cuando dormimos, observamos las mismas estrellas, quizás a la misma hora.
y el mismo viento que seguramente le ha dado la vuelta al mundo ya, nos toca a los dos el rostro y nos dice cosas al oído, así cosas que yo dije años antes logras escucharlas.
En ese viaje, coincidimos en el mismo sitio en épocas distintas, y estuvimos en la misma calle, desde aceras diferentes.
En una ocasión te despertaste y abriste la ventana. como yo lo había hecho años atrás.
No entiendo cómo fue que tu desde tu tiempo y yo desde el mío logramos vernos aunque sea un instante. una ventana de sincronía.
Tal vez porque a diferencia de Maya y Raymundo, tú y yo teníamos la voluntad de encontrarnos, como dos átomos en el Gran Colisionador de Hadrones que es el universo.
Nos miramos. Tus ojos son los míos (ya te los había regalado yo antes). Me sonreiste y yo te sonreí de vuelta. (Tu sonrisa es la mía).
Tímidamente te muevo la mano para saludarte, mi palma está húmeda por mi taza de té, te ríes al saludarme tú, con la palma igualmente húmeda. compartimos miradas, pero apenas nos damos cuenta, el otro ya no esta ahí, sólo que ahora tenemos absoluta certeza de que existe.
Porque quizás ambos teníamos la duda de que el sueño que habíamos compartido antes, años atrás, hubiera sido real.
¿Recuerdas ese sueño, cuando nos vimos por primera vez?
– ¿te gustaría jugar conmigo? – me preguntaste.
– por supuesto. me encantaría jugar contigo.
y me tomabas de la mano, y me llevabas a tu patio de juegos.
nos subimos al sube y baja.
tú estabas abajo y yo arriba, y luego cambiamos.
pero jamás estábamos a la misma altura. (como Ray y Maya jamás estaban en el mismo tiempo). Por más que impulsaba mi cuerpo hacia ti, tratando de romper tu gravedad, el aparato me llevaba a tierra. y tú te elevabas. a veces, suavemente. como una nube recién nacida. blanca. después, tu peso lograba levantarme a mi. no es que fuera muy difícil, considerando que eras más grande que yo. eso es inevitable: siempre son más grandes que yo.
y durante el viaje, viaje de vaivén, de sube y baja, te observé desde todos los ángulos que me permitía mi punto de vista. por un instante, hasta te vi los calzones. me sonreías y el universo se volvía un lugar más justo. coquetamente sonreías. lo hacías justo cuando nuestros ojos estaban a la misma altura, como si tus ojos y los míos fueran los mismos, la misma mirada que coincidía a la mitad del viaje del sube y baja. me parece, aún el día de hoy, que en esos instantes en que nos cruzamos, el tiempo se detenía. nos transportábamos a otra dimensión antes de que yo tocara el suelo y de que tú te elevaras. eran momentos eternos para mi: nos deteníamos. a la misma altura. el equilibrio perfecto. tú y yo encontramos el equilibrio. el punto exacto.
y es ahí, donde hablaste en mi cabeza por primera vez.
– ¿me escuchas?
– si. ¿cómo es que estas en mi cabeza?
– no lo sé. ¿cómo es que tú estás en la mía?
– no lo sé.
y terminamos aceptándolo como algo de lo más común.
– oye.
– dime…
– ¿me estabas viendo los chones?
– no – dudé. – no, claro que no.
– es que yo pensé.
– no, de veras.
– ¿qué mirabas, entonces?
– no sé…. tu falda… tus rodillas…
– si ya bueno, es que pensaba que me los estabas viendo.
– ya.
– pero dices que no. ¿cierto?
– ei.
y luego todo regresaba a la normalidad. el sonido intenso del patio de juegos, con sus gritos y risas. el sonido invasivo de la urbanidad en mi cabeza. un zumbido de abejas en el oído.
– ¿quieres ir a los columpios?
– bueno, si tú quieres.
– ¿tú no quieres?
– si.
– si no quieres nos quedamos aquí.
– no. si quiero ir.
– ¿Vamos?
– ajá.
– ¿siempre hablas con monosílabos?
– ei.
– ya bueno. vamos…
y nos elevamos. al principio yo con violencia. como tratando de tocar el cielo. tratando de impresionarte, he de confesar.
tratando de demostrarte que podía volar, como ícaro, el que se cae, el que se rompe. como caería natalia en tiempos, cayendo el sol.., como me caería yo.
tú sin embargo, te columpiabas con timidez. hacías un vaivén como de péndulo inseguro, adormilado. como el metrónomo a un tiempo en 2/4, de un compás lento y cachondón.
y me doy cuenta entonces, aún a esa edad, aún siendo un sueño, que contigo no se trata de cazar mamuts. no quieres ser impresionada… quieres estar ahí conmigo siendo como tú eres mientras yo estoy contigo siendo como yo soy.
– me gusta tu sonrisa.
– a mi me gustan tus ojos.
– ¿mis ojos?
– son color miel. ¿me los regalas?
– ¿mis ojos?
– si.
– ¿por qué no? podrías comértelos como esos dulces para la garganta.
y desde entonces mis ojos fueron tuyos.
seguimos columpiándonos, pero esta vez lo hicimos juntos. y al igual que sucedió en el sube y baja, logramos coincidir. nos impulsábamos hacia adelante, nuestra piernitas bien estiradas. y volvíamos hacia atrás, nuestras rodillas ahora flexionadas. no para tomar impulso, sino para poder mantener el viaje. y el ritmo. teníamos ritmo juntos. cuando miro al pasto desde mi columpio, observo que no puedo diferenciar mi sombra de la tuya.
y suspendidos, sin tocar el suelo, me enamoro de ti. (desde entonces suelo enamorarme de todo lo que vuela).
y me sonríes con esa sonrisa que definió mi destino, porque desde entonces la promesa de volver a ti esta en tus ojos y mi recompensa es tu sonrisa.
mientras nos columpiamos miro al cielo y miro una nube del color de tu nombre. años más tarde la reconocería, a esa misma nube blanca, en una carretera y te recordaría. a ti. a la que vi una sola vez en mi vida. una sola vez durante medio año.
la que me hizo entender que una perfecta sincronía entre dos seres humanos es tan rara como encontrarse a alguien en otra dimensión. alguien que no sea espejismo, ni fantasía ni un instante inexistente. Una perfecta sincronía es tan rara como dos seres de dimensiones distintas o tiempos distintos que son capaces de mirarse a los ojos y detener el tiempo y todo, absolutamente todo lo que les rodea.
esa sincronía. de dos seres humanos que se piensan quizás al mismo tiempo. justo en el mismo segundo. como adivinándose.
danzando, como mayahuel y raymundo. pero una danza de mayores proporciones.
mística.
la sincronía de dos personas que se comunican telepáticamente. (antes de ti, no creía en la telepatía)
regreso al presente: ray y mayahel estan viendome fijamente. yo, como siempre que pienso en ti, me fui a otro tiempo, a nuestro patio de juegos.
raymundo me pregunta si estoy moto. le contesto que no, que tal vez lo esté más adelante, seis años más adelante, cuando camine con león por el camellón de alvaro obregón. buscando nubes que se parezcan a ti.
decido abrirme a ellos con la intención de que ellos entren en confianza.
– les voy a contar una historia que sucedió una sola vez -, comienzo, y así, les cuento nuestra historia. después de escucharla, acordamos por el bien de la escena esforzarnos.
durante una semana ensayamos cinco horas diarias. todo ese esfuerzo para lograr sólo cuarenta segundos de sincronía.
maya decide confiar en ray, y decide confiar en mi. se abre de poco en poco. un milímetro más cada día. y a pesar de que le tiene miedo a la caída, aún a pesar de que ese momento es inevitable, accede a realizarlo. la semana siguiente filmamos la secuencia. queda a la primera.
la maya me pide hacerlo dos veces más.
– ¿eso sucedió realmente? – me pregunta león. no logro entender cómo pudo escucharme. estoy seguro de no haber abierto la boca.
– si, león. sucedió una sola vez.
llegamos hasta insurgentes. seguí mirando hacia el cielo. mirando las nubes es que me doy cuenta como todo se conecta: tanto esfuerzo por un instante, por ese choque de partículas que no podemos alcanzar a percibir con los ojos. así somos los seres humanos a veces.
somos capaces de hacer hasta lo absurdo por tan sólo una mirada, un pedazo de celuloide, un trozo de tierra, una migaja de pan, una partícula que nadie ha visto, y que como que como yo contigo, intuimos que existe, que debe estar ahí, en algún lugar. mirando a las mismas estrellas que yo. quizás tu sonrisa se encuentre con mi mirada desde dos puntos distintos, desde dos tiempos distintos.
quizás ahora que me miras a los ojos en el presente, me ves desde los columpios, mientras volamos juntos.
para que las cosas se den, una relación entre dos seres humanos, es necesario también acercarse al otro, tratar de encontrar el ritmo en conjunto. hacer un esfuerzo mutuo.
tanto esfuerzo, tanto movimiento, tanta vida… y cuando lo logramos. cuando todo cae en su lugar. todo es justificado.
un instante que parece eterno, el perfecto equilibrio, el punto exacto…
sincronía.